Me sentía tan emocionada, que me puse a correr y a saltar. Cuánta ilusión, belleza y libertad. Estaba ansiosa por conocer y descubrir, vibraba contemplando el paisaje. ¡Nos quedaba tanto por vivir y sentir!
Aquel camino largo y llano fue, hasta los años sesenta, una línea de ferrocarril de vía estrecha que circulaba entre valles y montañas. De repente, nos adentramos en un frondoso tramo excavado entre rocas. A lo lejos, escuchamos un salto de agua. Nos deslizamos por un sendero que bajaba por el espeso bosque hasta que se abrió, ante nosotras, una gran poza en un claro oscuro. Nos tumbamos en la orilla a resguardo del sol. Entonces, pensé en cómo escribiría una escena de amor, de mujer a mujer, inspirándome en aquel vergel que me transportaba a lo bucólico y pastoril. La empecé así:
Si pudiese… solo si pudiese decir lo que siento, diría más de lo que quiero. Ayer soñé que estábamos tú y yo en el río. El agua bajaba dulce para vestirme, mientras la bruma se disipaba con el candor de tu lira y de tu voz. Al despertar recordé tu piel, tan blanca y pura, que cuando tu pie desnudo se posaba sobre el manto del arroyo, el río mismo se estremecía por tu virginal figura. Y hoy, desecha por la pasión, he trenzado una guirnalda de mirtos para coronarte fresca y bella: eres mi musa y te adoro. Soy como la pastora de estrellas, que ansiando el día teje feliz un manto de flores en las laderas verdes para que, a tu paso, todos contemplen tu belleza. Eres más clara que el sol, la doncella más digna y pura.
El chapuzón de mi amiga me despertó. Parecía una ninfa. Continué:
Te observo mientras colocas un cesto frutal en honor a Vesta. Y, por fin, me decido. Me acerco y te digo casi con un susurro: Quiero perderme contigo bajo el manto de un lecho. Y respondes: ¿Qué Dios ha consentido jamás que las vestales sintamos este amor prohibido? No sufras, te digo. Y rozo tus dedos y tomo tus manos para robarte un primer beso de amor. Tu aliento ajazminado rompe el silencio en un suspiro fugaz, temeroso por lo prohibido.
Entonces, recordé la mañana en que bauticé aquel lugar como En un vergel de amor… Fui de fin de semana con mi pareja y, el día antes, descubrió la poza y quiso llevarme para hacerme feliz. Abrí un paréntesis en mi relato y, pensando en él, escribí:
Junto a ti, los días son como un amanecer limpio y sereno cuando el sol, tras mudar su luz, me inunda de brillo y color.