RELATOS
¡Una rana que habla!
Hace algún tiempo, una princesita paseaba por la orilla de un río y ¡zas!, se encontró con una rana que hablaba. Yo soy tu príncipe, dijo él con mucha pompa, y si me besas, me transformaré en todo lo que siempre has soñado, ¡seré tu amor!
Entonces, la princesita se acordó de sus amigas y murmuró: Blancanieves y la Bella Durmiente, en coma; Ariel, muda; Rapunzel continúa en la torre…
En un océano de inmensidad
Tumbada sobre la arena, me inundas de luz. Respiro el silencio del agua en calma y me sumerjo en la profundidad. Soy el infinito que huele a mar, a olas, a playa húmeda cuando penetras en mí y un suspiro gime en mi boca cuando te vas. Pero vuelves a entrar
El tiempo es vida
Sabes que ya no hay ventanas para esta puerta cerrada. Coges la copa y observas cómo las burbujas se diluyen intensas, aunque algunas se aferren para quedarse cuando Javier hunde su dedito en el champán, ¡me hacen cosquillas!, exclama riendo. Todos esperan el brindis de alegría y felicidad, de la Navidad, la Natividad. ¿El niño Jesús también huele a dulce, como María Isabel?, interrumpe y ríe. ¿La abuela nos ve desde el cielo?, insiste. Sonríe acariciando a su hermana
El náufrago
Eres hoy la ronquedad de un olvido infinito, el suspiro dentro de una botella. Un mensaje, un olvido, un adiós.
Él pensó. Ella pensó
Pero ¡volvamos atrás!, porque el principio está mal escrito. En realidad quise decir:
Cuando el frío despierta
Me imagino que hoy, mientras el frío se despereza, le pide al atardecer que se afane por acortar los días y alargar las noches. Miro por la ventana y veo al bosque, fatigado ya; se prepara para bordar un tapiz de hojas lánguidas que se descolgarán hasta alfombrar los valles y montañas, de rojo, amarillo, violeta
Bajo un trozo de cielo azul
Sola en la cabaña del bosque, a la luz de un quinqué. Miré por la ventana. Rayos como culebras rompían la oscuridad. El cielo rugía intenso sobre las ramas enloquecidas, árboles furiosos, la lluvia contra el cristal. Dentro, una infusión que humeaba tranquila.
Y un domingo cualquiera…
A veces hay que dar un paso atrás, detenerse, descansar. Llorar. Tirar treinta o cuarenta páginas de tu novela. Volver a empezar.
Escribir es saber que te perderás, es trazar un camino y descubrir hasta dónde estás dispuesto a llegar. Es bucear en ti, en mí. Y ser capaz de cambiar. Corregir para mejorar.
Cómo decirte…
Cómo decirte que contigo el cielo es más azul, que las noches brillan con tu mirada y que me duermo abrazada a ti, aunque tú no estés. Que te echo de menos, que desearía que estuvieses aquí, que te querría a mi lado, siempre.
Al atardecer
Se acerca el solsticio. Es tiempo de reflexión. De esperar. Respirar. De cerrar los ojos y comprender. De escuchar. No existe el tiempo, el espacio. No hay prisa. Cada día un principio y cada noche un final, morir para volver a empezar y tejer el camino que deseamos andar. El hoy se convertirá en ayer. Cierro los ojos y espero. Escucho.