Breve descripción: Escribir es un acto creativo que responde a nuestra necesidad de explicar o compartir. Pero, a veces, no sabemos cómo empezar o cómo crear una historia de la nada.
Taller destinado a conocer y experimentar diferentes técnicas de creación de historias estimulando la creatividad. Trabajaremos individualmente y en grupo a través de juegos, el azar y la reflexión.
Habrá dos sesiones: la primera esta dedicada a la escritura creativa para adultos. La segunda se enmarca en la reescritura (como acto creativo y espontáneo) de cuentos infantiles con perspectiva de género.
Público: Adulto
Horario: Jueves 3 y 10 de octubre de 18:00 a 20:30 h
Aprovecha para decirlo todo, que papá no se enterará, dijo mi hermana a toda prisa cuando salía de su charla con el juez, el que debía decidir sobre las condiciones definitivas del divorcio de nuestros padres. Yo tenía once años. Entré al despacho y aquel señor preguntó: ¿Quieres vivir con tu padre o con tu madre?. Y yo, haciendo caso a mi hermana, respondí: Mi padre no quiere verme, así que yo a él tampoco. ¿No quieres estar con tu padre?, insistió. No, le dije. Mi padre no quiere verme. Nos trata mal, bebe, juega y pega a mi madre. ¿Por qué querría verle?
Y ahí acabó todo. Yo quedé satisfecha. Mi hermana quedó satisfecha. Y el juez sentenció que mi madre no merecía la pensión completa sino la mitad, porque una de sus hijas había rechazado ver a su padre, porque era una mala hija educada por una mala madre. Y el día que mamá llegó a casa tras conocer la sentencia, empezó a chillar que de quién era culpa de que no le diesen todo lo que merecía, que cuál de las dos había dicho que no quería ver a su padre. Y durante veinticinco años viví con el miedo de que se enterase de que la culpable fui yo: y a cada enfado por nuestra situación nos exigía, entre gritos, saberlo. Entonces, mi hermana y yo nos mirábamos y guardábamos silencio. Y no fue hasta que, muy de adulta y gracias a varios meses de terapia, comprendí que aquello no fue responsabilidad mía sino del juez.
Afortunadamente, eso sucedió hace hace más de treinta años y ahora las cosas están cambiando. Y mucho. Me acordé de esta anécdota cuando, el pasado junio, asistí a una mesa redonda en Igualada (Barcelona), donde varios psicólogos y un juez hablaron sobre la mediación en la coparentalidad. Es decir, sobre cómo llegar a acuerdos favorables para ambas partes (padre y madre) en beneficio de los hijos y de la familia. El evento concluyó tras la animada charla del juez cuando dijo: «no vayan nunca a un juzgado para resolver un conflicto«. Y nos arrancó una sonrisa.
El próximo lunes 18 de marzo se celebrará otra mesa redonda en Igualada. Además, se presentará el libro Justicia sin jueces, del magistrado Pascual Ortuño, donde ofrece alternativas a los procesos judiciales a favor de la mediación. Aspectos tan importantes como entender que cuando se habla de conflicto dentro del ámbito familiar, una demanda judicial es una declaración de guerra y que, si hay hijos, ellos serán las primeras víctimas, es importantísimo. También, que más de la mitad de los procesos se podrían resolver favorablemente para ambas partes si hubiese una adecuada negociación. Porque, frente a un conflicto, vencer y ganar no es lo más importante, sino que a través de la mediación se podría conseguir que cada parte pudiese imaginar las razones de la otra, que se preguntasen qué causas han motivado las discrepancias y qué dificultades deberían superarse para llegar al consenso: y aquí, la terapia familiar puede ser fundamental. Y es que, en un proceso judicial, sentencia y justicia no son sinónimos. Aunque en España la negociación suele provocar recelos o se desconoce, en la cultura anglosajona una demanda judicial es la última alternativa, porque encontrar una solución acordada entre ambas partes es más rápido y beneficiosa, tanto a nivel económico como emocional y, al final, los acuerdos suelen cumplirse más y mejor.
A veces pienso en cómo hubiese sido mi vida si hace treinta y cinco años, mi familia hubiese tenido la oportunidad de optar a la mediación de coparentalidad y a la terapia familiar. También, sobre cómo me habría sentido si alguien me hubiese escuchado sin juzgarme negativamente por no querer ver a mi padre, un maltratador denunciado durante años. Entonces, aquel juez castigó a mi madre por lo que yo dije; hoy, la habrían ayudado a salir del infierno.
El juez Pascual Ortuño es, actulamente, Magistrado de l’Audiència Provincial de Barcelona, referente en Cataluña e Iberoamerica en el fomento de las alternativas al litigio judicial en la resolución de conflictos, y profesor de Resolución Alternativa de Conflictos en la Universitat Pompeu Fabra.
Qué bonito el nivel de participación y la implicación durante el curso que impartí en la Biblioteca Caterina Figueras de Tona. Y aunque todos los cursos sean interesantes, este tuvo la particularidad de ser amplísimo respecto a la franja de edad, lo que aportó una perspectiva diferente en cuanto a las experiencias de vida femenina. Hubo un grupo de mujeres nacidas y educadas durante la dictadura, otro durante la transición y, finalmente, nuestro relevo generacional: las chicas de tercero de ESO. Y no es que sea un curso exclusivo para mujeres, es que, en general, son las únicas que se matriculan.
El curso se desarrolló en dos sesiones intensas entre las explicaciones y los debates que se generaron, que culminaron con lo más divertido: la realización de los ejercicios prácticos. Entonces, la clase decidió que los grupos de trabajo se compondrían de mujeres de todas las edades para poder contrastar y enriquecerse con los diferentes puntos de vista. Creo que aquella decisión, la de trabajar mezclando a jóvenes y a mayores, fue importante porque es la propia mujer quien tiene el primer conocimiento de sí misma; y así, con su sabiduría y comprensión femenina, puede enseñar a las más jóvenes. Y estas, a su vez, aportan novedad a la experiencia. Para mí esto es equilibrio. Lo curioso fue que, al poner en común los trabajos de cada grupo, nos dimos cuenta de que ambos habían decidido reelaborar algún suceso del cuento de Cenicienta introduciendo la sororidad femenina (‘ayuda entre mujeres’) :
Las primeras escribieron una escena que sucedía durante una comida familiar, momento en que Cenicienta le explicaba a su padre que quería estudiar ingeniería espacial en la universidad. Inicialmente, él y la madrastra se negaban, pero las hermanastras la apoyaban y al final, entre las tres, Cenicienta conseguía su propósito. Así, dieron espacio a que las nuevas generaciones consigan superar las limitaciones ideológicas que arrastran tanto a hombres (negarse a que la hija proyecte su vida como ella decida), como a mujeres (ser sumisa para encontrar un buen marido).
Las otras trabajaron sobre la escena de las campanadas: cuando Cenicienta pierde el zapato regresa para recogerlo. Y allí, en las escaleras de palacio, se encuentra con otra Cenicienta que, como ella, se plantea si ese modo de vivir es lo que realmente quiere. Ambas deciden que no les apetece seguir un guion impuesto y huyen para iniciar una nueva vida, ahora llena de libertad. De nuevo, el propio sistema es superado en beneficio de encontrarse a sí misma y escoger el propio destino.
Al finalizar el curso, presenté mi novelaBlanca y Elisa entre aquel público tan receptivo e interesante.
De repente, la Bella Durmiente despierta. Hace frío y tiene ganas de ir al baño. Pero eso no estaba previsto: todos duermen menos ella, ¿quién ha cambiado el cuento? El banquete acabó y están en palacio. Y duermen tranquilos porque saben que su mundo principesco es el mejor lugar para vivir ya que, pase lo que pase afuera (en el bosque, en las villas, en los campos), ahí están a salvo para comer, reír y vivir: es su zona de confort.
Mira hacia el bosque y no quiere salir. Siente miedo de los jabalíes, de las serpientes, de lo desconocido. El mundo da miedo. ¿Por qué? ¿Qué hay más allá de tanto temor?, se pregunta.
Empieza a caminar por el palacio, a recorrer las estancias observándolo todo y a todos. Cuánta felicidad y tranquilidad, cuánto silencio y oscuridad. De repente, tropieza con algo que se hace añicos. Es un zapatito de cristal. Cenicienta se despierta y observa su pie desnudo. Qué peligrosos son estos zapatos… Y se libera del otro. Porque a Cenicienta tampoco le gusta su destino. Así que deciden recorrer juntas el palacio hasta encontrar la salida. En otra estancia chocan contra una cama y descubren que ahí duerme Blancanieves, y la despiertan. La joven coge su lámpara, la que usa para ir a visitar a los enanos a la mina, y se une a descubrir una nueva vida. Cuando llegan al lindar de la puerta, una brisa fresca las sobrecoge. El bosque está oscuro, lleno de peligros y de sonidos extraños. Hace frío. A su espalda está todo lo conocido, el mundo seguro. En frente, el misterio de la vida por descubrir. Y, valientes, se adentran en lo desconocido.
Porque es allí donde empieza la vida, donde podrán elegir qué hacer, como hacen ellos, los príncipes y caballeros, que recorren aventuras y escogen a la princesa con quien desean casarse. Pero a ellas no les pregunta nadie, se quedan inmóviles dentro de palacio o en el de su futuro marido, con un destino escrito del que se presupone el final: la felicidad conyugal.
Pero ahora que han vencido sus miedos. Y nadie volverá a decirles qué deben hacer, ni cuándo ni con quién. Ahora, son libres.
Ejercicio realizado en el curso: Perrault, no m’expliquis contes! (‘¡Perrault, no me expliques cuentos!’), en la Biblioteca l’Escorxador, Sant Celoni.
Había una vez una Bella Durmiente que se aburría muchísimo. Vivía entre algodones para no aprender demasiado, ni a pensar ni a vivir demasiado. Pero ¿por qué?, le preguntaba ella a sus padres. Y siempre le contestaban: porque hay que aprender a vivir lo justo para aceptar con agrado el propio destino. Y, ¿qué es el destino?, insistía, pero nadie le respondía. De hecho, todos creían que la Bella Aurora vivía tranquila, pero la curiosidad le podía. Por eso, el día de su vigésimo quinto cumpleaños, harta de esperar algo que ni ella misma sabía qué era pero que todos parecían saber, decidió adentrarse en el bosque que lindaba con su castillo.
Mientras caminaba oía una voz insistente dentro de su cabeza… El bosque está lleno de peligros, no debes adentrarte en él… Cuentan que vive una bruja que se come a las niñas buenas y guapas como tú… Ahí mil horrores te esperan… Te perderás y no regresarás jamás… Pero eran voces, solo voces lo que ella oía: la voz de su madre, la de su padre, la de las sirvientas…. Todas las voces juntas. Y sabía que si no se enfrentaba a sus miedos, jamás podría descubrir lo que se escondía más allá de su vida.
Estaba sola. Atemorizada. ¿Serían ciertas todas aquellas historias? Más y más adentro del bosque encontró un palacio cubierto de hiedra y musgo. ¿Desde cuándo estará ese palacio ahí? ¿Está habitado?, se preguntó. Y se decidió a entrar. En el centro encontró una estancia con objetos antiguos, extraños, viejos. De repente, un destelló la iluminó: era el reflejo de un espejo de mano. Se acercó. No se lo podía creer: ¡el espejo hablaba! ¿Cómo sabes quién soy? ¿Cómo es posible que sepas qué me gusta y qué no, cuáles son mis deseos? ¿Qué quieres decir con que debo regresar a casa, que es un error no cumplir mi destino? ¿Qué destino? ¿Qué sabes tú de mí que ni yo misma sé?
Aturdida, escuchó las respuestas a todas sus preguntas. Una a una. Entonces, se retiró a meditar. Pensó en su destino, el que debía cumplirse dentro de pocas horas. Le pareció que dormir durante cien años no sería demasiado cruel, pero sí aburrido: su destino era esperar hasta encontrar a su gran amor, el que la despertaría. Y eso era bonito. Pensó y pensó. Hasta que, por fin, se decidió: es injusto que deba esperar dormida, yo quiero conocer a mi príncipe, quiero viajar y divertirme, aprender, no quiero una vida aburrida. No quiero esperar.
Antes de partir le preguntó al espejo ¿quién eres? Y supo que la hijastra de su anterior dueña, Blancanieves, lo dejó abandonado ahí donde las princesas dejan todo lo que ya no les sirve en su vida, hartas de esperar y de tener que sufrir un destino impuesto. Y descubrió un zapatito de cristal, una rosa marchita, una capa de color rojo y mil cosas más.
Y decidió no pincharse. Decidió no dormir. Decidió vivir despierta y, sobre todo, cambiarse el nombre por: La Bella Despierta.
Ejercicio realizado en el curos: «Perrault, no m’expliquis contes! (‘¡Perrault, no me expliques cuentos!’), en la Biblioteca l’Escorxador, Sant Celoni.