El celaje azulado va oscureciendo y se tiñe de rosa. Las olas rompen suaves sobre la arena y sus burbujas acarician tu piel. Llevas tiempo esperando. La luz te arropa y contemplas la fina línea del horizonte que separa el cielo del mar. Nostálgica, respiras hondo para que su aroma penetre en ti. Miras la arena bajo el agua, que brilla dorada por el sol. Necesitabais saber si lo que sentíais era amor o una atracción pasajera que, de la misma manera que llega, se va. Y os separasteis para averiguar la verdad. El frescor del agua calma tus pensamientos y juegas con las olas minúsculas y tranquilas.

Tiemblas de felicidad cuando ves que viene hacia ti, sonriente. Contemplas cómo la arena cálida y húmeda recoge sus pasos y forma un sendero tras de sí. Y llega adonde tú estás. Os miráis a los ojos y os reconocéis, reconocéis vuestro amor infinito. No puede ser que alguien ame más que tú, ni que este sentimiento se acabe nunca. Os abrazáis, os besáis, reís emocionados y os decís lo mucho que os habéis echado de menos. Ahora sabes que es cierto, que la distancia no ha conseguido diluir lo que el uno sentía hacia el otro, que los sentimientos han madurado, que tú formas parte de él y él de ti. Han sido seis meses de espera, de silencio, como un duelo de amor para que cada uno pudiese asegurarse de que el otro era la persona indicada en su vida. Seis meses en que has llegado a sentir que conocerle no fue real sino un sueño. Seis meses difíciles pero necesarios porque ahora podréis construir una vida basada en el amor, en la paciencia y en el cariño, en la tranquilidad de la madurez. Camináis de la mano hacia el hotel, jugando y chapoteando mientras os perseguís y reís. El sol se ha escondido con timidez y la brisa os acompaña traviesa, preludiando los juegos que pronto vendrán. Vuestras huellas sobre la arena se entremezclan y ríen mientras vosotros os abrazáis y os besáis repletos de felicidad. 

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