Ayer me llamó Virgili, decía que pasaría por Igualada y me invitaba a desayunar, y ¡yo feliz! Le conocí cuando aceptó entrevistarse conmigo para ayudarme con mi segunda novela, que espero terminar bien pronto, y se convirtió en fuente de inspiración para un personaje. Impresiona cuando te explica sus experiencias durante la antigua guerra de los Balcanes; fue como payaso para ayudar cuando parecía que reír estaba prohibido, dice. Me cuesta imaginar que alguien que está sufriendo una guerra pueda reírse, y él y su compañía consiguieron que su público se reconciliase, ni que fuese por un instante, con su risa y su felicidad.

Pero no fue fácil, pudieron hacerlo gracias a los donativos que recaudaban para costearse el trayecto y la estancia cada vez que se iban; recorrían dos mil quilómetros de ida y otros tantos de vuelta con su furgoneta, y dejaban a sus familias para meterse en una guerra y ayudar a quienes no conocían. Hay que ser muy valiente, dije la primera vez que hablamos; pero él no lo ve así. No has de pensarlo, te lanzas y cuando regresas te das cuenta de que te estabas jugando la vida. Ahora está jubilado, es voluntario en la Cruz Roja y construye un circo de pulgas para sus nietos. Ya verás, algunas se lanzarán a la piscina desde el trampolín, otras conducirán en motocicleta sobre la cuerda floja, otras harán piruetas en el trapecio… Irá todo dentro de una maleta, ¡las pulgas han de viajar con comodidad!, dice.

Tengo la inmensa suerte de haber encontrado a personas que como él, desde el principio y sin conocerme, confiaron en mí para este proyecto que es la novela. Gracias a todos por ayudarme, animarme y aconsejarme durante este camino que dura cuatro años ya, y que a momentos rebasa lo profesional para adentrarse en lo personal. Sois increíbles, vuestra amistad es un privilegio. Espero saber trasmitir, con mi trabajo, toda vuestra grandeza y humanidad. A todos, gracias.

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