Aprovecha para decirlo todo, que papá no se enterará, dijo mi hermana a toda prisa cuando salía de su charla con el juez, el que debía decidir sobre las condiciones definitivas del divorcio de nuestros padres. Yo tenía once años. Entré al despacho y aquel señor preguntó: ¿Quieres vivir con tu padre o con tu madre?. Y yo, haciendo caso a mi hermana, respondí: Mi padre no quiere verme, así que yo a él tampoco. ¿No quieres estar con tu padre?, insistió. No, le dije. Mi padre no quiere verme. Nos trata mal, bebe, juega y pega a mi madre. ¿Por qué querría verle?
Y ahí acabó todo. Yo quedé satisfecha. Mi hermana quedó satisfecha. Y el juez sentenció que mi madre no merecía la pensión completa sino la mitad, porque una de sus hijas había rechazado ver a su padre, porque era una mala hija educada por una mala madre. Y el día que mamá llegó a casa tras conocer la sentencia, empezó a chillar que de quién era culpa de que no le diesen todo lo que merecía, que cuál de las dos había dicho que no quería ver a su padre. Y durante veinticinco años viví con el miedo de que se enterase de que la culpable fui yo: y a cada enfado por nuestra situación nos exigía, entre gritos, saberlo. Entonces, mi hermana y yo nos mirábamos y guardábamos silencio. Y no fue hasta que, muy de adulta y gracias a varios meses de terapia, comprendí que aquello no fue responsabilidad mía sino del juez.
Afortunadamente, eso sucedió hace hace más de treinta años y ahora las cosas están cambiando. Y mucho. Me acordé de esta anécdota cuando, el pasado junio, asistí a una mesa redonda en Igualada (Barcelona), donde varios psicólogos y un juez hablaron sobre la mediación en la coparentalidad. Es decir, sobre cómo llegar a acuerdos favorables para ambas partes (padre y madre) en beneficio de los hijos y de la familia. El evento concluyó tras la animada charla del juez cuando dijo: «no vayan nunca a un juzgado para resolver un conflicto«. Y nos arrancó una sonrisa.
El próximo lunes 18 de marzo se celebrará otra mesa redonda en Igualada. Además, se presentará el libro Justicia sin jueces, del magistrado Pascual Ortuño, donde ofrece alternativas a los procesos judiciales a favor de la mediación. Aspectos tan importantes como entender que cuando se habla de conflicto dentro del ámbito familiar, una demanda judicial es una declaración de guerra y que, si hay hijos, ellos serán las primeras víctimas, es importantísimo. También, que más de la mitad de los procesos se podrían resolver favorablemente para ambas partes si hubiese una adecuada negociación. Porque, frente a un conflicto, vencer y ganar no es lo más importante, sino que a través de la mediación se podría conseguir que cada parte pudiese imaginar las razones de la otra, que se preguntasen qué causas han motivado las discrepancias y qué dificultades deberían superarse para llegar al consenso: y aquí, la terapia familiar puede ser fundamental. Y es que, en un proceso judicial, sentencia y justicia no son sinónimos. Aunque en España la negociación suele provocar recelos o se desconoce, en la cultura anglosajona una demanda judicial es la última alternativa, porque encontrar una solución acordada entre ambas partes es más rápido y beneficiosa, tanto a nivel económico como emocional y, al final, los acuerdos suelen cumplirse más y mejor.
A veces pienso en cómo hubiese sido mi vida si hace treinta y cinco años, mi familia hubiese tenido la oportunidad de optar a la mediación de coparentalidad y a la terapia familiar. También, sobre cómo me habría sentido si alguien me hubiese escuchado sin juzgarme negativamente por no querer ver a mi padre, un maltratador denunciado durante años. Entonces, aquel juez castigó a mi madre por lo que yo dije; hoy, la habrían ayudado a salir del infierno.
El juez Pascual Ortuño es, actulamente, Magistrado de l’Audiència Provincial de Barcelona, referente en Cataluña e Iberoamerica en el fomento de las alternativas al litigio judicial en la resolución de conflictos, y profesor de Resolución Alternativa de Conflictos en la Universitat Pompeu Fabra.
Sueño que mi despacho da a un precioso jardín y que vivo en una cottage de la costa inglesa. Y lo lleno de flores y de plantas, de belleza, de armonía. Y entonces, me acuerdo de un maravilloso viaje a Inglaterra que hicimos mi pareja y yo justo antes de Navidad. Nos alojamos en casa de unos amigos y mirad qué precioso jardín invernal, seguro que ahora ya estará salpicado de flores. Les preguntaré. A ver si me animo y os cuento en mi próxima entrada cómo fue todo, y os enseño las fotos de algunos lugares que visitamos y que aparecen en Blanca y Elisa.
Porque, a veces, estar bien es tan sencillo como crear un buen ambiente hogareño. Y es que, aunque viva en un piso de ciudad, ya se acerca la primavera.
Al final, solo queda la luz del amor hacia uno mismo. Y si conseguimos emerger desde ahí hacia los demás, liberados del ego y del juicio, sentiremos las derrotas como triunfos de aprendizaje y los fracasos como grandes lecciones de vida. Entonces, merecerá la pena vivir y sentir. Os deseo ánimo, fuerza y felicidad para el 2019.
Queridos amigos, compañeros, lectores, ¡por fin Blanca y Elisa ve la luz! Me siento orgullosa, qué os voy a contar. Ha sido una larga espera llena de subidas y de bajadas, de emociones, de trabajo duro, tesón y paciencia. Tengo mucho que agradecer a todas las personas que me han ayudado durante este proceso: a Sebastià Bennassar por sus enseñanzas, a mis amigos lectores que se atrevían a darme su opinión sincera, a los que me inspiraron para crear personajes, a los que me animaban cuando lo necesitaba, a Javier Salazar Rincón por su apoyo incondicional, y a la Editorial Milenio por aceptar leer mi manuscrito y publicarlo pese a ser autora novel.
En la página de la editorial podréis leer la sinopsis, el prólogo (escrito por Sebastià Bennassar), el primer capítulo y el índice. Y también, si queréis, podéis comprarla ahí mismo.
Ya os iré informando sobre cuándo y dónde haré las presentaciones, para que vengáis a verme. Un abrazo y gracias a todos por vuestro apoyo y confianza, espero que os guste y que disfrutéis leyéndola.
Milenio Editors: «Novela de intriga sobre relaciones de familia y herencias, compleja y cargada de grandes pecados; con la dosis adecuada de misterios, de sospechas, de apariencias y de dramas inconfesables protagonizados por personajes inesperados. Un texto muy bien escrito, de estructura clásica, de alguien que domina perfectamente la gradación narrativa, la técnica del punto de vista, de la narración dentro de la narración». Sebastià Bennassar: “una buena historia y una buena autora dispuesta a explicarla y a defenderla”.
Dicen que este año será difícil ver al niño Jesús en nuestro pesebre: tengo gatos. Las Navidades pasadas ya tuve problemas con Baltasar, tras una semana desaparecido lo encontré debajo del sofá. Por suerte, llegó a tiempo para la adoración.
Busco al niño Jesús pero continúa sin aparecer; la verdad es que no recuerdo haberlo perdido. Por eso creo que se este año ha decidido irse de ocupa a algún pesebre cercano, al de algún vecino, pero que sea al de arriba porque el de abajo también tiene gatos. Algún amigo me ha dicho que esté tranquila, que hasta el 25 de diciembre no ha de nacer, que espere. Pero contemplo a la Virgen María y no la veo en estado, algo que, sin pretender ser irreverente, me preocupa todavía más. Aun con todo, la esperanza es lo último que se pierde: aparecerá.
A estas alturas de mi vida, la Navidad no me emociona especialmente, tal vez porque veo la miseria que hay en el mundo. Miseria que vive a costa de nuestro ritmo de vida, de nuestra sonrisa y felicidad capitalista (aunque en secreto tantas personas confiesen que la Navidad les deprime tanto como a mí).
Os doy las gracias, lectores, por seguirme y acompañarme, porque vuestro apoyo es el mejor regalo. También a mis amigos, que sostienen mi ánimo cuando flaqueo, y a todos los que me ayudáis desinteresadamente compartiendo conmigo vuestro tiempo, trabajo y experiencia para que mis proyectos sigan adelante.
A todos, feliz Navidad y que el 2018 os traiga amor, felicidad y muchos éxitos profesionales y personales.