Contemplo la bahía con cierta tristeza. Intento imaginar cómo sería recorrerla con mi yaya Eulàlia, desde el tranvía, balancearnos juntas con su traqueteo, riendo, mirando el agua y la arena perlada, las palmeras, el sol. Pero viajo sola casi cincuenta años después. Y veo el mismo mar y el mismo cielo. Sonrío.

Ayer en el restaurante, el sabor de la sopa mallorquina casi me hizo llorar; tomaba las cucharadas con un poco de todo, de carne, de verdura y pan. Recordé a la yaya cocinando el puchero, cuando me sentaba en su regazo y me peinaba con sus caricias, cuando me decía que yo era tan dulce como su nina Minerva, cuando explicaba que mis ojos son azules por mi bisabuelo inglés. Pero mamá no puede entender que tenga esos recuerdos tan nítidos, porque la yaya murió cuando yo tenía cinco años. Después, no volví a oír esas historias, a mamá le aburrían y no quería contarlas. Cuántas habré olvidado ya…

Miro por la ventanilla y me fijo en los destellos del mar, que son como lágrimas en mi memoria. No esperaba sentir tanta nostalgia durante este viaje. Mi intención era visitar a mis antepasados y deshacer su camino: ellos fueron a Barcelona, yo regreso a Ses Illes. Quería visitar su panteón para obsequiarles con un ramo, para que supiesen que alguien se acuerda de ellos. Pero aquel espacio está habitado por otros cuerpos. Muere tanta gente en el mundo, cada día, cada semana, cada mes, que necesitan vaciar las tumbas de los que hace demasiado que nadie visita ya. Ellos ya no están, pero quizás me miren desde lo alto y sepan que les he traído unas flores. Algún día me uniré a ellos, me iré.

Me doy cuenta de que el trayecto en tranvía ha terminado. Mientras espero a que todos bajen, me fijo en los transeúntes; unos hablan y ríen, otros contemplan el puerto, algunos consultan un plano y también hay niños en bicicleta. Este pequeño bullicio me obliga a regresar a la realidad y decido pasear también. Después, me sentaré en una terraza, pediré unes herbes y sentiré su dulzor anisado mientras contemplo cómo el atardecer descansa sobre el mar, con su amarillo intenso y su arrebol, con su fragancia, con su frescura, con el chapoteo de las barcas y el graznido de las gaviotas. Cerraré los ojos y respiraré la luz del día que muere sobre la noche; entonces, les susurraré adiós. O mejor «hasta luego», porque los llevo en mi corazón. 

«Port de Sóller, Mallorca» pertenece a la antología de relatos En poques paraules, una selección de ejercicios de antiguos alumnos de Vicent Usó dentro del Taller d’Escriptura Narrativa de la UNED Vila-Real, publicado en diciembre de 2021 por UNED Castelló Vila-Real. Gràcies per tot, Vicent, ets molt més que un mestre!

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