El pequeño pueblo de Massalcoreig huele a pan recién horneado. Es la hora de la siesta y elaboran la segunda hornada del día. Dentro de poco, los niños saldrán de la escuela, oscurecerá y comprarán la merienda: un panecillo, unas magdalenas, un cruasán de chocolate… Otros, el pan para cenar. Es el aroma de Cal Ambrosio, el que huele a dulce, a pan, a coca de azúcar; el que se escapa tranquilo para inundar las calles de felicidad. El que te hace soñar.

Me encanta el crujir de la costra de pan y sentir cómo la ternura de su miga florece en mi boca.  Y el mordisco tierno y dulce de los cruasanes, la esponjosidad de las magdalenas… No sé, hay tanto en cada bocado… que lo mejor es descubrirlos uno a uno, sin prisa, sin pausa. Y luego, volverlos a probar. El pan y su aroma forman parte de nuestra felicidad, aquella que va de fondo; la que, con el tiempo, llega a ser lo normal, lo que siempre está, lo que pierde valor. Pero que si te falta, añoras.

En Cal Ambrosio, además de panaderos, son pasteleros. Por eso, cuando llega San Valentín solo ves corazones: de trufa, de crema, de nata, con fresas, querubines… Y cada uno luce distinto porque nunca hay dos iguales. Creo que son como con las personas: todas tenemos amor, pero cada una ama y siente de una manera distinta. Allí, los días de Pascua son mágicos porque, de repente, nacen pollitos y gallinas entre plumas de colores. Pero, además, mantienen la tradicional Rosca de Pascua en forma de anillo, elaborada con pan dulce y decorada con un huevo duro: está vinculada a la resurrección de Cristo y representa el nacimiento y la fertilidad, la continuidad, el renacer eterno. También me encantan las coques de Sant Joan, los panellets (unos dulces típicos de Catalunya elaborados a base de almendra, patata, huevo y azúcar). Y lo mejor: un gran mordisco de tronco de árbol de Navidad para sentir cómo su ternura, dulzor y elegancia se funden en mi boca.

Parece que en el obrador de Cal Ambrosio todo sea fácil y bonito. Pero es un oficio sacrificado: muchísimas horas de trabajo con horarios partidos entre el día y la noche, trabajar con mucho calor durante el verano, repartir antes de la madrugada, irse a dormir mientras la familia se prepara para el desayuno… Porque un buen pan se valora cuando se come, aunque pocos sepan qué hay detrás del placer de comerlo. Quizás sea como la vida, como la felicidad: para quien sepa apreciarla, sabrá que hay tristezas y alegrías, que no siempre es bonita pero que, al final, compensa. Sino, no era felicidad. Sino, no tendríamos pan.

Massalcoreig huele a pan recién horneado. Son aromas que te hacen soñar. Y sueñas con lo bonito. Aunque, para mí, lo mejor es que en Cal Ambrosio me siento como en casa.

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