Hablaba con mi amigo el poeta y decía: son tiempos difíciles, para reflexionar. Y es que quince días confinados dan para pensar.
Dan para pensar y reformular, porque ahora sí que tendré tiempo y silencio para escuchar, escucharme, reencontrarme. Porque ya sabemos que la vida no es solo correr, trabajar y gastar, pero el día a día lo devora todo y vamos faltos de momentos y, a veces, hasta de felicidad y de sentirse en paz con uno mismo, con los demás y con el mundo.
Tomo este encierro como una oportunidad para descubrir cuáles son mis prioridades, para saber quién está a mi lado y al lado de quién deseo estar yo. Y para descubrir si es compartido. El tiempo nos da respuestas, y las personas, también. Hay mil maneras de decir te quiero, y cada uno lo hace lo mejor que puede. Y es que la vida nos sorprende cuando alguien que no esperabas te pregunta cómo estás, incluso si le dejaste claro que no querías ya nada con él, pero te pregunta igual. Entonces, comprendes que algo de ti permanece en su alma. Es el momento de ver las cosas como son. Pero también sucede al revés: me cuesta aceptar el silencio de quienes son importantes para mí. A veces cuesta entender el silencio. A veces no hay que entenderlo, hay que aceptarlo, sin más. A veces solo necesitamos tiempo para saber qué es en realidad, si un adiós que duele y dolerá tanto como la importancia que esa relación tuvo en nosotros; o un tranquilizador hasta luego.
Y en todo este tiempo difícil y convulso, como dice mi amigo el poeta, aprovecharé para leer y escribir, para cocinar, para retomar los proyectos que tenía aparcados por falta de tiempo, para conversar durante horas con mis amigos, para reencontrarme conmigo, contigo, y para agradeceros a todos los que, desde la distancia, me habéis preguntado: Paula, ¿cómo estás?
A todos, gracias, y que la fuerza nos acompañe.
Los tiempos difíciles o anómalos no son buenos tiempos para ponerse a reflexionar. No hay peores momentos que esos para darle vueltas a las cosas. Un confinamiento no es buen momento para ponerse a pensar en nada. Si acaso, es buen momento para ordenar los armarios, pintar la cocina o hacer cosas de ese tono, pero no para reflexionar. Los poetas mienten demasiado.
Las relaciones humanas son confusas, y buena parte de la confusión se debe a que en ellas casi siempre prevalece la cortesía. No parece prudente suponer ningún sentimiento profundo en alguien que cortésmente se interese por nosotros. Si acaso, si tal suposición se produce, cabría preguntarse qué clase de sentimiento anida aún en nosotros que nos lleva a suponerlo, aunque creíamos que ya no lo había.
Junto con la pérdida de un hijo (supongo), nada debe haber más doloroso que la indiferencia de alguien que amamos profundamente. Efectivamente, a veces lo único que queda es aceptarlo como es. Siempre hay que aceptar las cosas como son y renunciar a lo imposible, digan lo que digan los poetas.
El amor es un sentimiento poderoso, no obstante, lo aguanta casi todo. Soporta la indiferencia e incluso la pérdida del ser querido, al que se sigue amando aun cuando muere y nunca más lo volvemos a ver. Me pregunto si tanto poder se podría emplear en otra cosa. Por ejemplo, en olvidar a quien quiere que le olvidemos. ¿Cabe imaginar una prueba mayor de nuestro sentimiento, de su autenticidad y valor?
Muchas gracias por tu comentario, Daniel.