¿Tú te imaginas si hubiese esperado a mi Príncipe Azul? Como el hada buena fue un poco torpe y encantó a todos los de palacio menos a mí, era imposible dormirse con tanto ronquido. Y claro, cada vez que llegaba un príncipe me convertía en durmiente. ¡Oh, no soy su verdadero amor!, exclamaban tristes porque creían no despertarme. Hasta que un día decidí reclamar todos mis maridos. Les dije a los Grimm: Oye, que me debéis un montón de maridos ya. ¿Que qué haré con tantos maridos? Pues disfrutar… Mañana me voy a Ikea a comprar un armario para meterlos a todos. Y como soy hacendosa, haré la colada de maridos. Y los plancharé y los colgaré en perchas para que no se arruguen. Y los etiquetaré: “El marido del beso número 1”; el del  beso número 2, el del 3, el del 4… Y así tendré para escoger… No os preocupéis, me sobra amor. ¡Por supuesto que les pondré naftalina!, no vayan a estropearse, que no siempre apetece tener un marido y mucho menos el mismo… Oye, ¿por qué no puedo tener una colección de maridos?… De todas maneras, si alguno no me gusta os lo devuelvo, ¿vale? Y fui construyendo mi harén.

Hasta que un día aterrizó mi Príncipe Azul, el de verdad. Y se pensó que me hallaría aquí, tirada y polvorienta después de ciento cincuenta y tres años, llorosa y sola porque no se le ocurrió otra cosa que leer mal el cuento. Si todo eran excusas: Ya lo sé, cari, he llegado un pelín tarde… Es que el cuento decía que debía despertar a la princesa durmiente… Y qué culpa tengo yo si por el camino me encontré con Blancanieves, que también dormía… Y tuve que casarme con ella, claro, por haberla despertado… Venga, cari, no te pongas así…

Y al final me harté de tanto marido y los devolví a todos. Los Grimm se quedaron un poco mosca cuando les dije que había decidido probar con princesas, ¡qué poco sentido del humor! 

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