¿En qué momento podríamos pensar que algo tan anecdótico como dejarse una puerta abierta, pudiese cambiar el rumbo de la humanidad? Este libro fascina porque nos invita a reflexionar sobre el hecho de que cualquier suceso, por intrascendente que pueda parecernos en nuestro día a día, puede cambiar el curso de nuestras vidas; y en el caso de estas catorce miniaturas, el de la historia. El autor nos lo explica con una prosa amena, elegante y llena de giros inesperados, donde desgrana esos momentos imaginándose qué debieron pensar y sentir sus protagonistas. De lectura imprescindible para conocer la historia desde otro punto de vista. “Momentos estelares de la humanidad”, de Stefan Zweig.
Hace días, uno de mis lectores me abrió por privado y me dijo que se había leído Blanca y Elisa y, además, me hacía un montón de preguntas interesantes. Así que le propuse, para poder responderle con tranquilidad, ir a tomar un café o desayunar juntos en algún lugar bonito. Nos encontramos ayer y, casi al despedirnos, confesó que había aceptado el reto de desayunar con una escritora porque «quería saber qué tiene un escritor en la cabeza para desarrollar todas esas historias». Vamos, que me reí un montón y agradecí su sinceridad.
Repetiremos porque quedaron cantidad de temas pendientes; ya sabéis, cuando la respuesta a una pregunta se solapa con más preguntas y acabas saltando de un tema a otro, parece que nunca se llega al final. Gracias por ese fantástico desayuno. ¡Y deseando volver!
¡Mirad qué foto tan chula me envía Jordi! Nos conocimos hace dos o tres de semanas durante un paseo por el bosque. Al despedirnos, me dijo que buscaría Blanca y Elisa para poder leerla. “¡Pero que no sea pirata!”, respondí riendo en broma pero en serio. Como me miró un poco así, le expliqué la anécdota del admirador que se la descargó pirata en PDF y que después me pidió si podría dedicársela en la tablet… Cuando sucedió aquello, escribí esta entrada en las RRSS:
Estupendo. Me acaba de abrir un admirador, me dice que se ha descargado Blanca y Elisa en PDF (pirata), que si se lo puedo dedicar en la tablet. Le respondo que es pirata, que me pase el enlace, que es mi trabajo, que tardé cuatro años en escribirlo más uno de revisarlo, y responde: La cultura es de todos. ¡Sí señor, con un par! Ahora me voy a comprar y exijo que me lo regalen, porque la comida es de todos y la luz y el gas y la hipoteca, que todo es de todos, hostias!
Al ver la fotografía de Jordi, que va con este mensaje que traduzco: “Ya la he encontrado… No es en PDF”, me he alegrado infinito. Así debería ser siempre para respetar al autor, al librero, a la editorial… O compramos el libro o lo pedimos en préstamo. Porque, como dijo al despedirnos, “si me lo descargo pirata me faltaría el respeto a mí mismo. Y todo empieza por uno mismo”. ¡Qué gran regalo, gracias!
No soy creyente. O quizás sí. Me hospedaba en una casa cercana a la iglesia, la que tenía un pasillo a solaz de una parra y, detrás, un trozo de tierra que hacía de huerto y jardín; estaba en la parte alta del pueblo y las vistas eran espectaculares. La alquilé para todo el verano y llegué a finales de junio. Pasarás calor, mejor vete al norte, dijeron mis amigas. Pero yo necesitaba conocer algo nuevo y Andalucía era una buena opción.
La Iglesia coronaba una placita empedrada que tenía una fuente, un jazmín y un banco para sentarse; y aunque pequeña, se erguía solemne acogiendo la palabra de Dios. Aquella tarde, mientras el sol caía fatigoso sobre los campos de trigo y tocaban a misa de ocho, yo me refrescaba en la fuente. Sin más, el párroco se me acercó y me preguntó: ¿Nos acompañará usted? Creo que no, pero gracias, respondí; era joven, tendríamos más o menos la misma edad, unos treinta. Venga, anímese, al menos podrá cobijarse de este calor. Acepté porque me arrancó una sonrisa, y me congregué con los lugareños en la casa del Señor. Empezó su sermón hablando del Eclesiastés, sobre la futilidad de las riquezas materiales, e incidió en el versículo 5:15, que dice «Tal como salió del vientre de su madre, así se irá: desnudo como vino al mundo, y sin llevarse el fruto de tanto trabajo».
Desde la casa veía cómo pasaban las horas, tórridas e infatigables, pero mis favoritas eran las del amanecer, que despertaban sobre la alfombra de campos que tapizaban el valle. Porque yo me despertaba también, los gallos se afanaban serviles para empujar a los campesinos a su labranza. Entonces, iba a pasear y andaba por la ladera hasta internarme en un bosque cercano, por donde fluía un río con sus pequeños saltos de agua. Y resultó que dos o tres días después del sermón, me encontré con el párroco. También yo aprovecho estas horas para caminar y reflexionar, como usted, dijo sereno. Me alegré y le comenté que había pensado sobre la prédica del otro día, y añadí: no estoy de acuerdo. No creo que lleguemos ni marchemos desnudos de este mundo, seamos ricos o pobres; creo que nuestro equipaje es la familia en la que nacemos, y el amor o el odio que nos tengan al venir. Y nos vamos con el peso de nuestra vida, no solo con las buenas obras, también con lo que nos ha quedado por solucionar, con las disculpas que no supimos dar…
Así empezaron nuestras conversaciones. Y, a diario, recorríamos juntos el sendero del bosque, nos bañábamos en su lugar preferido, una poza de aguas cristalinas cobijada por la espesura, desayunábamos y charlábamos sobre el sermón de la misa de ocho del día anterior, a la que acudía sin falta. El pueblo empezó a murmurar. Que si un párroco de provincias, joven y de buen ver, ¡y recién salido del seminario! Que si una escritora de ciudad, con sus minifaldas y escotes… Quizás no les faltó razón.
Regresé a Barcelona. Y cuando a principios de octubre recibí la buena nueva, recordé la última prédica que le escuché el día antes de partir, la que empezaba con el versículo del Génesis 1: 27-28: «Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó,28 y los bendijo con estas palabras: “Sed fructíferos y multiplicaos”». Aquel día le recé al Señor. Y al siguiente, obró el milagro. No sé en qué pensé, quizás por cómo me miraba, porque se ruborizaba, porque se contenía… Los caminos del Señor son inescrutables.
Al verano siguiente regresé al pueblo andaluz, con su iglesia, con sus días calurosos y sus noches frescas, días de amaneceres delicados sobre los campos fuertes. Campos como tapices con sus hileras de olivos, de almendros, de cereal. Campos y siembras con el poder de la tierra y del amor. Pero no fui sola. Bautizamos a la pequeña Clara con agua del Jordán, él la hizo traer especialmente para ella.
No soy creyente, o quizás sí. Pero el verano del 97 fue el verano de mi vida: mis rezos fueron escuchados. «Sed fructíferos y multiplicaos». Es palabra de Dios. Amén.
A la llum de l’alba, l’aigua dormisqueja tranquil•la davant una paret de roques a l’altra riba. Els primers rajos de sol desperten el llac. El tul de boira s’enretira amb suavitat i el paradís es vesteix de color. Fa fred i no t’atreveixes a sortir de la tenda. Fa olor de farigola i les camamilles estan a punt de florir.
S’hi arriba per un corriol que es perd entre la boscúria; a estones, s’enfila per passadissos de lloses relliscoses; a trossos, fa equilibris arran de barranc. De sobte, després d’hores de camí, comences a sentir com flueix el riu, sobretot ara, a l’abril, quan la natura desperta coqueta per embruixar-nos amb el seu rubor, quan la neu es fon com si l’aigua es deixondís de la hibernació. El riu que baixa lliscant entre les roques, amarant les parets, la molsa i les flors que s’hi arrapen per no veure’s arrossegades pels salts d’aigua inesperats. I just allà, després d’un racó que queda a l’esquerra, s’obre una gruta. Hi entres i camines per la penombra humida sota un sostre de volta que degota; alguna perla d’aigua et cau a sobre, però d’altres dringuen en els petits tolls que ressonen sota el silenci. Saps que ja ets a prop quan veus una boca de pedra que s’obre per deixar-te sortir; al darrere, un arc de Sant Martí es desplega sempre sobre una boira etèria de la cascada que hi trobaràs. Apartes lleugerament algunes plantes que pengen com cortines i deixes enrere la cova. Ja només falta travessar un petit barranc relliscós i agafar-te bé als arbres que ja coneixes. De sobte, el cel s’obre i entre mil tonalitats de verd apareix un llac de color maragda.
Per fi, la boira s’ha enretirat i surts de la tenda per refrescar-te al llac. El contemples i recordes quan fa anys agafaves aquell caragol de mar que pesava una barbaritat; per fora era aspre, rugós, ocre; per dins, rosat i suau, fi. Te’l posaves a cau d’orella i tancaves els ulls per a escoltar-ne el so. T’imaginaves la mar. Avui saps que et senties a tu, que era el teu propi pols i no l’onatge i la brisa marina. Avui ja no tens aquest caragol de mar per evadir-te del món, però et tens a tu. Encens el fogó i et prepares un te. Mires el llac que continua immòbil com un mirall fosc, profund, i contemples el reflex d’un núvol que s’hi fon. És tan real… De vegades necessitem que el món s’aturi. T’asseus i esperes que la tassa de te t’escalfi les mans. Més amunt, amb el desglaç, el riu baixa furiós; però aquí respira tranquil. Tanques els ulls i agraeixes un dia més aquesta solitud per retrobar-te amb tu entre tanta felicitat i tranquil•litat.
A la luz del alba, el agua duerme tranquila delante de una pared de roca que descansa en la otra orilla. Los primeros rayos de sol despiertan el lago y el tul de niebla se retira con lentitud; el paraíso se viste de color. Hace frío y no te atreves a salir de la tienda. Huele a tomillo y las manzanillas están a punto de florecer.
Se llega por un sendero que se pierde entre la espesura del bosque; a ratos, se enfila sobre pasillos de losas resbaladizas; a veces, hace equilibrios por algún barranco. De repente, tras varias horas de camino, empiezas a oír como fluye el río, sobre todo ahora, en abril, cuando la naturaleza despierta coqueta para hechizarnos con su rubor, cuando las nieves se funden como si el agua se desperezase de la hibernación. El río que corre desde lo alto deslizándose entre las rocas, empapando las paredes, el musgo y las flores que se agarran para no verse arrastradas por inesperados saltos de agua. Y justo allí, tras un recodo que queda a la izquierda, se abre una gruta. Entras y caminas por la penumbra húmeda bajo un techo abovedado que gotea; alguna perla de agua te cae encima, pero otras repiquetean en los pequeños charcos que resuenan bajo el silencio. Sabes que ya estás cerca cuando ves que una boca de piedra se abre para dejarte salir; detrás, luce siempre el arcoíris sobre una bruma etérea por la cascada que encontrarás. Apartas ligeramente algunas plantas que se descuelgan como cortinas y dejas la cueva atrás. Ya solo falta un pequeño barranco resbaladizo y sujetarse bien a los árboles que ya conoces. De repente, el cielo se abre y entre mil tonalidades de verde aparece un lago esmeralda.
Por fin, la niebla se ha retirado y sales de la tienda para refrescarte en el lago. Lo contemplas y recuerdas cuando hace años cogías aquella caracola que pesaba una barbaridad; por fuera era áspera, rugosa, ocre; por dentro, rosada y suave, fina. Te la ponías en la oreja y cerrabas los ojos para escuchar su sonido. Te imaginabas el mar. Hoy sabes que te oías a ti, que era tu propio pulso y no el oleaje y la brisa marina. Hoy ya no tienes esa caracola para evadirte del mundo, pero te tienes a ti. Enciendes el hornillo y te preparas un té. Miras el lago que continúa inmóvil como un espejo oscuro, profundo, y contemplas el reflejo de una nube que se funde en él. Es tan real… A veces necesitamos que el mundo se pare; te sientas y esperas a que la taza de té caliente tus manos. Más arriba, con el deshielo, el río baja furioso; pero aquí respira tranquilo. Cierras los ojos y agradeces estar un día más en soledad, para volverte a encontrar entre tanta felicidad y tranquilidad.