El tiempo nos da las respuestas

El tiempo nos da las respuestas

Hay un rincón donde sentarse a escribir, a pie de una pequeña escalera medio escondida entre plantas y flores. Un margen las protege del sol. Y un poco más allá, bajando por el sendero, el arroyo. Contemplo las nubes sobre el fondo azul y oigo el agua que baja tranquila por la antigua acequia de piedra. Al fondo, un campo de amapolas. Me siento y escucho. Y recuerdo a un amigo cuando decía que no es lo mismo el amor que el enamoramiento, porque éste se basa en lo efímero, si nace de la pasión y del impulso, así como llega, se va. Pero qué diferente es cuando llega desde la admiración intelectual e incondicional, y trasciende; cuando sabes que has encontrado a alguien con quien desearías estar, ser, compartir, con lo bueno y con lo malo. Alguien a quien decir: sin ti, mi vida está bien. Pero contigo, sería mejor. Entonces, has llegado al amor.

Me decía, además, que la vida da muchas vueltas, que nunca sabemos qué sucederá, que un quizás puede ser un sí o un no. Y tiene razón, a veces necesitamos tiempo y espacio para saber qué queremos, para valorar si estamos dispuestos a aceptar los cambios profundos que algo o alguien supondría en nuestra vida. Y cuando uno es el espejo del otro, los dos lados cuestan. Porque respetar ese tiempo y ese espacio desde la lentitud, el silencio y la aceptación a la incertidumbre, cuesta. Entonces, tomas conciencia de que estás frente a un gran maestro, porque un maestro no es solamente la persona que te enseña con delicadeza, también lo es quien te arranca de tu zona de confort para sacudirlo todo, porque en uno y otro lado hay aprendizajes profundos que necesitan tiempo y espacio.

Y hoy hablo por mí y de lo que yo soy, de lo que siento, de lo que quiero. Porque el tiempo nos da las respuestas y hay que aceptar, desde el respeto, lo que llegue a ser. Y si tiene que ser, será.

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De año en año…

De año en año…

A veces pasa que cuanto mayor te haces, menos gracia tiene cumplir años. No es mi caso, porque para mí la edad es un valor: de año en año somos un poco más sabios. Es decir, que acercándome a los cincuenta y tan feliz, aunque a veces eche en falta la energía de la juventud y piense que pronto estaré pa’ el chatarrero; ¿y qué?, estaré igualmente feliz. Incluso cuando me dicen, oye, que ya te salen canas, respondo: ¿A que me quedan bien?

Además, los he cumplido durante el confinamiento y ha sido igualmente genial. Porque no importa la distancia, importa el amor, la amistad, la entrega, que se acuerden de ti. Y también es divertido posponer las quedadas y celebrar, no uno, sino ¡dos o tres cumpleaños juntos! Porque ya puede llover, tronar y hasta relampaguear, que si estás a gusto con tu vida, con la familia y amigos, siempre es todo mejor. Ah, y no me olvido de contaros la historia de este precioso ramo, que me llegó cuando iba todavía en pijama, con un mensaje que decía (y resumo): «aunque para mí, tu amistad es el mejor regalo: Sretan rodjedan!», que significa ‘feliz cumpleaños’. Y lo puse en este jarrón tan bonito que veis, que era de mi abuela y que para mí simboliza la belleza del amor y la sabiduría que se transmite de madre a hija de generación en generación.

Ya veis que ayer fue un gran día, porque cumplí años, y que hoy también, porque soy un año más sabia y feliz.

Muchas gracias a todos por vuestras felicitaciones, amigos, compañeros, lectores, gracias por acordaros de mí y por hacerme un pequeño hueco en vuestro corazón.

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La mariposa azul (relato colaborativo Covid edition)

La mariposa azul (relato colaborativo Covid edition)

¡Hoy es el día!, pensó Julia después de desayunar. Entonces, guardó unas galletas y un par de zumos en la mochila. Mandi, quédate en casa, insistía, pero su gato quería acompañarla sí o sí. Quizás porque cada noche al irse a dormir, la pequeña preguntaba: Mamá, ¿por qué está embrujado el bosque? Y mientras Mandi se acurrucaba con ella en la cama, mamá le explicaba la historia del bosque encantado y de las mariposas mágicas.

Así es que esa mañana, Julia y su gato Mandi entraron por el valle que conducía al bosque. No te alejes tanto, Mandi; deja a esa lagartija en paz; si haces rodar tanto a ese caracol se va a marear, decía mientras caminaban por el sendero del río. Al fondo, una corona de montañas con algo de nieve. Mira cómo tocan el cielo, seguro que la yaya podría bajar si la llamásemos fuerte; y el gato, siempre atento, respondía miau. El camino empezaba a subir hasta llegar a un puente de piedra de esos que tanto resbalan y, tan antiguos, que nadie sabe cuántos años tiene. Al otro lado, el bosque.

Se adentraron por el camino que serpenteaba como una culebra entre árboles, arbustos y oscuridad, hasta que por fin se abrió un claro profundo y musgoso. Huele a flores, pensaba Julia; pero se oían ruidos extraños y, de fondo, el río. Tú no tienes miedo, ¿verdad, Mandi?, pues yo tampoco. De repente, una pequeña luz, y dos y tres bailando una coreografía como nunca se habrían imaginado. Ya vale, niñas, se oyó a lo lejos. Julia se volteó intrigada y vio a una mariposa azul que, con su varita, transformó a las lucecitas en pequeñas mariposas azules. Somos las Azulitas, reían traviesas mientras revoloteaban alrededor de Julia y molestaban a Mandi, que intentaba atraparlas.

Esa noche, Julia le dijo a mamá: hoy seré yo quien te explique porqué Bujaruelo está embrujado. Mamá sonreía de felicidad. Es cierto, mamá, insistía, y algún día yo también seré una mariposa azul. Pero mamá no creía ni una sola palabra. Así que, a la mañana siguiente, Julia se la llevó al bosque. Pero ¿no las ves?, preguntaba. Y de verdad que mamá no veía ni una sola mariposa azul. Hasta que la pequeña recordó que le habían dado un saquito de polvo mágico: polvo de hadas para volver a creer, dijeron. Y le sopló un poquito a mamá y dijo: Ven, agáchate, mira allí al fondo, ¿las ves? Una, dos, tres, cuántas mariposas, ¡y todas son azules! Mira, ahí está María libando el néctar de las azucenas silvestres, y detrás de la seta con sombrero, Laura, la maestra con sus azulitas. Y mira, ¿ves ese tronco de roble dormido con las raíces enormes que respiran sobre la alfombra de musgo? Pues ahí, en sus huecos, es donde se transforman en mariposas. Y se acercaron emocionadas y vieron cómo entre la oscuridad brillaban millones de pequeñas luces.

Al atardecer, en el bosque se celebró una gran fiesta. Y llegaron mariposas, duendes y hadas, elfos, gnomos, incluso algún trol que tuvo que limpiarse los pies para poder pasar. Las luciérnagas se metían dentro de las copas de las flores y encendían sus luces iluminándolo todo. Había mil y una maravillas para comer y beber, zumos de bayas, piruletas de jazmín, bombones de espliego… Incluso había una orquesta con guitarras, flautas, tambores, y pasaron la noche cantando, bailando y riendo. Al alba, con la primera luz del día en el territorio Azul, despertaron juguetonas las azulitas más niñas, que revoloteaban entre sus griteríos para despertar al resto del pueblecito que, con tanta pereza, empezaba a faenar de flor en flor, de rama en rama. También despertaban las rastis, que eran las que se encargaban de llenar la despensa de la comunidad. Mamá despertó a Julia que, feliz, preguntó: ¿me crees ahora, mami? Claro que sí, eres mi mariposa azul. Y con la calidez de un abrazo, regresaron a casa con Mandi.

Dicen que Bujaruelo está embrujado porque de noche, sobre el murmullo del río, se oyen cosas extrañas. Es el bosque que habla dulce y sabio como las caricias de mamá, porque las que ya no están, las abuelas, madres, hijas, tías, permanecen como el aleteo de las alas invisibles que llevamos en nuestro interior. Y con su amor y sabiduría siembran la tierra que será regada con la lluvia del bosque. A todas vosotras, mujeres, ¡gracias!

Relato colaborativo que surgió a raíz de un juego que organicé en Facebook durante el confinamiento por covid-19. ¡Muchas gracias por participar!

Para hoy, os propongo esta fotografía. Quizás os inspire más una emoción (belleza, tranquilidad, amor…), o una…

Gepostet von Paula Colobrans am Freitag, 27. März 2020
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Para reencontrarme contigo, conmigo

Para reencontrarme contigo, conmigo

 Hablaba con mi amigo el poeta y decía: son tiempos difíciles, para reflexionar. Y es que quince días confinados dan para pensar.

Dan para pensar y reformular, porque ahora sí que tendré tiempo y silencio para escuchar, escucharme, reencontrarme. Porque ya sabemos que la vida no es solo correr, trabajar y gastar, pero el día a día lo devora todo y vamos faltos de momentos y, a veces, hasta de felicidad y de sentirse en paz con uno mismo, con los demás y con el mundo.

Tomo este encierro como una oportunidad para descubrir cuáles son mis prioridades, para saber quién está a mi lado y al lado de quién deseo estar yo. Y para descubrir si es compartido. El tiempo nos da respuestas, y las personas, también. Hay mil maneras de decir te quiero, y cada uno lo hace lo mejor que puede. Y es que la vida nos sorprende cuando alguien que no esperabas te pregunta cómo estás, incluso si le dejaste claro que no querías ya nada con él, pero te pregunta igual. Entonces, comprendes que algo de ti permanece en su alma. Es el momento de ver las cosas como son. Pero también sucede al revés: me cuesta aceptar el silencio de quienes son importantes para mí. A veces cuesta entender el silencio. A veces no hay que entenderlo, hay que aceptarlo, sin más. A veces solo necesitamos tiempo para saber qué es en realidad, si un adiós que duele y dolerá tanto como la importancia que esa relación tuvo en nosotros; o un tranquilizador hasta luego.

Y en todo este tiempo difícil y convulso, como dice mi amigo el poeta, aprovecharé para leer y escribir, para cocinar, para retomar los proyectos que tenía aparcados por falta de tiempo, para conversar durante horas con mis amigos, para reencontrarme conmigo, contigo, y para agradeceros a todos los que, desde la distancia, me habéis preguntado: Paula, ¿cómo estás?

A todos, gracias, y que la fuerza nos acompañe.

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En la oscuridad azul

En la oscuridad azul

Contemplo el silencio lejano de las montañas blancas mientras la luz se diluye con lentitud. Y la nieve flota con suavidad y se posa en ti, en mí. Y me abrazas y me miras y me besas, y veo en tus ojos la profundidad de un sendero infinito que no sé a dónde va; pero quiero recorrerlo contigo y descubrir qué significa vivir así, a tu lado, ahora y siempre, cerca y lejos, porque cuando tú no estás continúas abrazado a mí.

Y por fin el día se duerme bajo el arrebol invernal. Y en la oscuridad azul,  tu suavidad dibuja una sonrisa en mi piel mientras tu calidez se arropa en mi alma. Y tranquila, me duermo. 

Y sé que no importa por qué, ni cuándo ni dónde estés, sé que si me llamas: vendré.

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Feliz Navidad y Próspero 2020

Feliz Navidad y Próspero 2020

Cuando Dios cierra una puerta abre una ventana, dice el refrán. Pero a veces, somos nosotros quienes cerramos las puertas. Y lo que llega después no es una ventana, sino la vida entera que se despliega ante ti.

Hoy tengo muchísimo que agradecer al 2019, porque durante la recta final del año han sucedido tres grandes cosas: he aprendido a decir adiós a personas y a situaciones insostenibles, ha entrado gente nueva en mi vida, y vuelvo a impartir clases de música. Ojalá que el balance de este año sea tan positivo para vosotros como lo es para mí. Y lo es gracias a saber valorar y disfrutar de la cotidianidad que paso junto a mi familia y amigos; porque cuando entiendes que la felicidad va de cuidar y dejarse cuidar, de estar cuando te necesitan y de apoyarse en el otro, de escuchar sin juzgar, de dar la mano, de abrazar y dejarse abrazar, empiezas a construirla.

Gracias por acompañarme, amigos, lectores y compañeros. Os deseo Feliz Navidad y que el 2020 nos inunde de belleza y prosperidad.

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