Ítaca/Ítaca

Ítaca/Ítaca

Fa fred. Fora, el bosc desperta adormit i l’aurora es filtra a través de les escletxes dels finestrons. Quina mandra sortir del llit, s’hi està tan calent i és tan esponjós, penses. L’estufa es va consumir fa hores; l’encens i esperes. Esperar l’amor dol. I renunciar-hi, també.

Surts de la cabanya amb els peus entumits i només veus arbres i boira. Boira, un vel espès que ho cobreix tot. Esperes i escoltes el rierol, els ocells, el fullatge bressolat per la brisa… Escoltes el fred i contemples la seva llum. El fum surt per la xemeneia i flota sobre la cabanya. I recordes la dolçor dels pastissos de la iaia, quanta tendresa a cada mossegada! Encara no, deixa-ho reposar, deia. I rèieu. Respires i comences a caminar. Escoltes el bosc i t’escoltes a tu. Cada trepitjada és un batec. Saps que tot s’ha acabat i que has de tornar a començar. Ahir va ploure i queden alguns tolls. Xipolleges i comences a saltar de toll en toll fins que recordes aquella tarda d’hivern en què vas caure en un i vas estar tota la setmana engripada. A la iaia no li va fer gens de gràcia, però amb l’Adrià encara rieu en recordar-ho. L’Adrià és el teu amic de l’ànima i està feliç que tornis a ser tu, a riure, a cantar, a somiar. 

La boira es difumina amb lentitud i contemples la immensitat. I veus el gran roure amb les seves arrels emergint del sòl: mira que profundes i gruixudes són, deia la iaia; són els seus pensaments. I les branques i fulles, els seus sentiments. I penses en quan creies en fades i follets, en quan recorries el bosc a la recerca de sargantanes per enxampar-los la cua, en quan caçaves papallones i, en arribar a casa, la iaia t’obligava a deixar-les anar, en quan corries cap al penya-segat per escoltar el cant de les sirenes. Somrius i et detens. I respires profundament. Tens fred a les galtes, penses. Al lluny, el cel i la mar s’abracen transformant els seus petons en gotes de purpurina, com brillen sota el sol! I penses en Ulisses, que va viatjar durant anys abans de poder tornar a Ítaca i, en arribar, va haver de lluitar per recuperar el seu lloc. Llavors, t’adones que Ítaca ets tu, i que el veritable malefici no és la ruptura sinó insistir en una relació que, encara que ho vau intentar, no us donarà la felicitat.

Tornes a la cabanya comptant els caragols que et creues pel camí. En arribar, l’estufa crema i et prepares el desdejuni. S’hi està bé, en solitud; i potser el problema fou estar amb algú que et necessitava per no sentir-la. La tebiesa de la xocolata et reconforta i sents la tranquil·litat d’un amor que tantes ensenyances t’ha regalat. I decideixes guardar-les en el cofre de les coses boniques. És diumenge i has de tornar a la ciutat. Però la cabanya, el bosc i els amics romandran aquí per recordar-te qui ets, i per què.

Ítaca ha sortit publicat a Racó de Relats de la Revista Aplec.

Ítaca

Hace frío. Afuera, el bosque despierta dormido y la aurora se filtra a través de las contraventanas. Qué pereza salir de la cama con lo mullida y calentita que está, piensas. La estufa se consumió hace horas; la enciendes y esperas. Esperar al amor duele. Y renunciar a él, también.

Sales de la cabaña con los pies entumecidos y solo ves árboles y niebla. Niebla, un velo espeso que  lo cubre todo y que te impide ver. Esperas y escuchas al arroyo, a los pájaros, al follaje mecido por la brisa… Escuchas al frío y contemplas su luz. El humo sale por la chimenea y flota sobre la cabaña. Y recuerdas el dulzor de los pasteles de la yaya, ¡cuánta ternura en cada mordisco! Todavía no, déjalo reposar, decía. Y reíais. Respiras y empiezas a caminar. Escuchas al bosque y te escuchas a ti. Cada pisada es un latido. Sabes que todo ha acabado y que debes volver a empezar. Ayer llovió y quedan algunos charcos. Chapoteas y empiezas a saltar de charco en charco hasta que recuerdas aquella tarde de invierno en que te caíste en uno y estuviste toda la semana con gripe. A la yaya no le hizo ninguna gracia, pero con Adrián todavía reís al recordarlo. Adrián es tu amigo del alma y está feliz de que vuelvas a ser tú, a reír, a cantar, a soñar.

La niebla se difumina con lentitud y contemplas la inmensidad. Y ves al gran roble con sus raíces emergiendo del suelo: mira qué profundas y gruesas son, decía la yaya; son sus pensamientos. Y las ramas y hojas, sus sentimientos. Y te acuerdas de cuando creías en duendes y hadas, de cuando recorrías el bosque en busca de lagartijas para pillarles la cola, de cuando cazabas mariposas y, al llegar a casa, la yaya te obligaba a soltarlas, de cuando corrías hacia el acantilado para escuchar el canto de las sirenas. Sonríes y te detienes. Y respiras profundamente. Qué fríos están tus mofletes. A lo lejos, el cielo y el mar se abrazan transformando sus besos en gotas de purpurina, ¡cómo brillan bajo el sol! Y piensas en Ulises, que viajó durante años antes de poder regresar a Ítaca y, al llegar, tuvo que batallar para recuperar su lugar. Entonces, te das cuenta de que Ítaca eres tú, y de que el verdadero maleficio no es la ruptura sino insistir en una relación que, aunque lo habéis intentado, no os dará la felicidad.

Regresas a la cabaña contando los caracoles que te cruzas en el camino. Al llegar, la estufa arde y te preparas el desayuno. Se está bien en soledad; y quizás, el problema fue estar con alguien que te necesitaba para no sentirla. La tibieza del chocolate te reconforta y sientes la tranquilidad de un amor que tantas enseñanzas te ha regalado. Y decides guardarlas ahí, en el cofre de las cosas bonitas. Es domingo y has de regresar a la ciudad. Pero la cabaña, el bosque y los amigos estarán siempre ahí para recordarte quién eres, y por qué.

Traducción del texto original publicado en catalán en la sección Racó de Relats de la Revista Aplec. También podéis leerlo aquí:

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Y con suerte, el arco iris

Y con suerte, el arco iris

Cuando llega el frío y llueve, cuando la bruma cubre las montañas y caminas sobre un arrebol de hojas de otoño. Cuando llega el viento del norte y te tapas lo justo para sentir ese poquito de frío que te estimula. Y sobre el cielo hay nubes grises como pegotes que descargan su lluvia mientras el viento las empuja con rapidez. Entonces, te das cuenta de que el viento es como la vida: lo agita todo.

Si me preguntasen qué es la vida, diría que la suma de pequeños momentos: algunos nos aportan felicidad. Otros, tristeza. Otros, soledad. Y todos forman parte de los grandes momentos del hombre. Me decía un amigo poeta que él disfruta de la tristeza porque es un estado de inspiración. Yo añadiría, además, el de la soledad. Porque disfrutar del amor, de la diversión, de la buena compañía es fácil, pero disfrutar de la tristeza y de la soledad, eso hay que aprenderlo. Y hacer esas pequeñas cosas que nos aportan bienestar, ayuda. A mí me gusta caminar por el bosque bajo la lluvia, me libera. Y después, sentir como el sol vuelve a nacer detrás de las nubes. Y con suerte, el arco iris.

De regreso a casa, una bandada de pájaros alza el vuelo sobre un trozo de cielo azul. Y cuando el calor de una ducha te reconforta, y tu gata te espera para estar junto a ti en el sofá, y te preparas un té con un delicioso trozo de tarta. Y cuando decides inspirare en el paseo de hoy por el bosque para escribir tu próxima entrada del blog, que será el relato para una revista; pues esas pequeñas cosas, todas juntas, me dan la felicidad.

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Rosaflor y el viaje mágico

Rosaflor y el viaje mágico

Todo empezó cuando un día, paseando por el bosque, vi unos álamos atornasolados. Y eran tan altos, que pensé en la suerte que tenían de llegar hasta el cielo. Así es que llamé a una nube, me monté sobre ella y le dije: “Quiero tocar el cielo, llévame tan alto como los álamos”. La nube se puso a reír y dijo que el cielo es un espacio infinito y que no se podía tocar, que no había techo. Pero no la creí y la hice volar alto, muy alto, hasta que, finalmente, el cielo llegó a su fin. Resultó que acababa en una trampilla redonda y tiré de la aldaba.

Entonces, entré en una habitación gigante y aparecí sobre un cuaderno inmenso. No sabía qué mundo era ese, se parecía al mío aunque allí yo era muy pequeñita. Vi que la trampilla era el relleno de una letra “o” mayúscula casi tan alta como yo, de un título que decía “Rosaflor y el viaje mágico”. Y me puse a leer la historia, que hablaba de una encantadora princesa deseosa de conocer mundo. Y continué leyendo el cuaderno y, a cada página, encontraba una historia nueva: «Rosaflor y el Príncipe Enamorado»; «Rosaflor y el Caballito Español»; «Rosaflor y la Gran Tormenta». ¡Pero esas eran mis historias, las que se repetían en mi vida una y otra vez hasta el hartazgo! ¿Cómo podía ser? ¿Quién escribía por mí? ¿A qué mundo había llegado?

De repente, la puerta de la estancia se abrió y apareció un señor. Al verme, dio un brinco y, acercándose, preguntó, ¿quién eres tú? Rosaflor, respondí. Y como era tan pequeñita, cogió su cuaderno y escribió: Y Rosaflor creció.  Hablamos durante horas y supe ¡que era el autor de todo lo que sucedía en mi vida! Una vida aburridísima llena de príncipes estúpidos que solo vivían para matar al dragón. Me sentía atormentada porque ese escritor se empeñaba en decidir por mí sobre lo que iba a sucederme, dónde, cuándo y por qué, cómo debía sentirme y reaccionar, incluso ¡qué debía pensar! Él lo controlaba todo pero, ¿quién lo controlaba a él? Y más: ¿Su vida sería tan aburrida y repetitiva como la mía? En su mundo ¿también habría una trampilla? O quizás ¿él era Dios? Me empezó a doler la cabeza…

Ah, pero ahora yo era de su tamaño… así es que, con mi linda sonrisa y guiñándole un ojo, le pregunté si podría escribir una cosita en el cuaderno y, encandilado por mis gracias femeninas, dijo que sí. Cómo reía yo al contemplar su cara de espanto mientras se volvía chi-qui-ti-to y suplicaba piedad. Entonces, lo cogí por el pescuezo y lo arrojé por la trampilla. 

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Calabazas, castañas y boniatos

Calabazas, castañas y boniatos

Ya es el tiempo de las recetas con calabaza, castañas y boniatos. De estar en la cocina con calma, de esperar a que todo se cueza con tranquilidad, de saber que estarás una hora, o dos, o tres. Y qué más da, si los días se harán cortos y las noches largas. Qué más da, si el tiempo se difumina, si el día se diluirá en noche hasta derretirse al abrazo del amanecer.

Hoy es tiempo de empezar a sentir el silencio, de prepararnos para la oscuridad, de renovarnos con la belleza de lo que está por llegar, de entender que todo lo que nace, muere. Y de sentir que de la muerte florecerá la vida.

Hoy empezaré a disfrutar con las recetas de otoño, dulces, saladas, mágicas. Y con las conservas elaboradas a finales de verano, higos al vino, mermelada de melocotón, de moras, salsas… Hoy no existe la dualidad: la noche será igual al día. Hoy soñaré. Y mañana, también. Y empezaré a disfrutar del silencio, del punto de cruz, de la lluvia, de los paseos tras la tormenta. Pero, sobre todo, del placer de leer y de escribir en la intimidad.

Feliz equinoccio e inicio de otoño.

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El sabor de la felicidad

El sabor de la felicidad

El pequeño pueblo de Massalcoreig huele a pan recién horneado. Es la hora de la siesta y elaboran la segunda hornada del día. Dentro de poco, los niños saldrán de la escuela, oscurecerá y comprarán la merienda: un panecillo, unas magdalenas, un cruasán de chocolate… Otros, el pan para cenar. Es el aroma de Cal Ambrosio, el que huele a dulce, a pan, a coca de azúcar; el que se escapa tranquilo para inundar las calles de felicidad. El que te hace soñar.

Me encanta el crujir de la costra de pan y sentir cómo la ternura de su miga florece en mi boca.  Y el mordisco tierno y dulce de los cruasanes, la esponjosidad de las magdalenas… No sé, hay tanto en cada bocado… que lo mejor es descubrirlos uno a uno, sin prisa, sin pausa. Y luego, volverlos a probar. El pan y su aroma forman parte de nuestra felicidad, aquella que va de fondo; la que, con el tiempo, llega a ser lo normal, lo que siempre está, lo que pierde valor. Pero que si te falta, añoras.

En Cal Ambrosio, además de panaderos, son pasteleros. Por eso, cuando llega San Valentín solo ves corazones: de trufa, de crema, de nata, con fresas, querubines… Y cada uno luce distinto porque nunca hay dos iguales. Creo que son como con las personas: todas tenemos amor, pero cada una ama y siente de una manera distinta. Allí, los días de Pascua son mágicos porque, de repente, nacen pollitos y gallinas entre plumas de colores. Pero, además, mantienen la tradicional Rosca de Pascua en forma de anillo, elaborada con pan dulce y decorada con un huevo duro: está vinculada a la resurrección de Cristo y representa el nacimiento y la fertilidad, la continuidad, el renacer eterno. También me encantan las coques de Sant Joan, los panellets (unos dulces típicos de Catalunya elaborados a base de almendra, patata, huevo y azúcar). Y lo mejor: un gran mordisco de tronco de árbol de Navidad para sentir cómo su ternura, dulzor y elegancia se funden en mi boca.

Parece que en el obrador de Cal Ambrosio todo sea fácil y bonito. Pero es un oficio sacrificado: muchísimas horas de trabajo con horarios partidos entre el día y la noche, trabajar con mucho calor durante el verano, repartir antes de la madrugada, irse a dormir mientras la familia se prepara para el desayuno… Porque un buen pan se valora cuando se come, aunque pocos sepan qué hay detrás del placer de comerlo. Quizás sea como la vida, como la felicidad: para quien sepa apreciarla, sabrá que hay tristezas y alegrías, que no siempre es bonita pero que, al final, compensa. Sino, no era felicidad. Sino, no tendríamos pan.

Massalcoreig huele a pan recién horneado. Son aromas que te hacen soñar. Y sueñas con lo bonito. Aunque, para mí, lo mejor es que en Cal Ambrosio me siento como en casa.

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En un vergel de amor…

En un vergel de amor…

Me sentía tan emocionada, que me puse a correr y a saltar. Cuánta ilusión, belleza y libertad. Estaba ansiosa por conocer y descubrir, vibraba contemplando el paisaje. ¡Nos quedaba tanto por vivir y sentir!

Aquel camino largo y llano fue, hasta los años sesenta, una línea de ferrocarril de vía estrecha que circulaba entre valles y montañas. De repente, nos adentramos en un frondoso tramo excavado entre rocas. A lo lejos, escuchamos un salto de agua. Nos deslizamos por un sendero que bajaba por el espeso bosque hasta que se abrió, ante nosotras, una gran poza en un claro oscuro. Nos tumbamos en la orilla a resguardo del sol. Entonces, pensé en cómo escribiría una escena de amor, de mujer a mujer, inspirándome en aquel vergel que me transportaba a lo bucólico y pastoril. La empecé así:

Si pudiese… solo si pudiese decir lo que siento, diría más de lo que quiero. Ayer soñé que estábamos tú y yo en el río. El agua bajaba dulce para vestirme, mientras la bruma se disipaba con el candor de tu lira y de tu voz.  Al despertar recordé tu piel, tan blanca y pura, que cuando tu pie desnudo se posaba sobre el manto del arroyo, el río mismo se estremecía por tu virginal figura. Y hoy, desecha por la pasión, he trenzado una guirnalda de mirtos para coronarte fresca y bella: eres mi musa y te adoro. Soy como la pastora de estrellas, que ansiando el día teje feliz un manto de flores en las laderas verdes para que, a tu paso, todos contemplen tu belleza. Eres más clara que el sol, la doncella más digna y pura.

El chapuzón de mi amiga me despertó. Parecía una ninfa. Continué:

Te observo mientras colocas un cesto frutal en honor a Vesta. Y, por fin, me decido. Me acerco y te digo casi con un susurro: Quiero perderme contigo bajo el manto de un lecho. Y respondes: ¿Qué Dios ha consentido jamás que las vestales sintamos este amor prohibido? No sufras, te digo. Y rozo tus dedos y tomo tus manos para robarte un primer beso de amor. Tu aliento ajazminado rompe el silencio en un suspiro fugaz, temeroso por lo prohibido.

Entonces, recordé la mañana en que bauticé aquel lugar como En un vergel de amor… Fui de fin de semana con mi pareja y, el día antes, descubrió la poza y quiso llevarme para hacerme feliz. Abrí un paréntesis en mi relato y, pensando en él, escribí:

Junto a ti, los días son como un amanecer limpio y sereno cuando el sol, tras mudar su luz, me inunda de brillo y color.

Vía Verde Girona-Olot, la antigua línea de ferrocarril.
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