Nua, m’embolcalla el silenci. És un silenci profund. Bussejo sentint la dolçor d’unes mans imaginàries que recorren la meva pell, però són les carícies de les algues que ballen al fons marí. Giravolto sobre mi mateixa per sentir-les a la panxa, a les natges, a l’entrecuix, i somric de felicitat perquè t’imagino amb mi. Sóc lliure.
Mentre pujo a la superfície per prendre aire contemplo el reflex del sol. La seva brillantor difusa llueix dins de petites gotes de llum que espurnegen sobre el meu rostre i em fan delir de curiositat. Són com les vesprades a alta mar, quan a l’horabaixa sorgeixen els primers estels fins a emplenar-ho tot amb petites cuques de llum. I quan tot s’ha enfosquit contemplo la bellesa encisadora de milions d’anys de peticions, sospirs, rialles, tristors…, i llavors sembla que formis part de l’univers, que l’univers es submergeixi amb tu i que, bussejant, siguis un estel més. Tant de bo fos possible agafar-ne uns quants i baixar-los a terra per il·luminar la humanitat, per aconseguir que ningú es perdés mai més.
Per fi sóc a la superfície. Respiro un cop, dos, tres… I torno a enfonsar-me. Deixo anar calmosament les bombolles d’aire atrapades dins meu i travesso un banc de peixos. El pessigolleig de les escates lliscant sobre la meva pell fa que m’endinsi en el desig de somiar que nedes vers mi, que ens donem les mans entre somriures, carícies, petons, i que els nostres cossos s’entrellacen formant un de sol, com si existíssim només tu i jo: la resta no importa. Els teus ulls m’hipnotitzen i brillen de felicitat.
Estic cansada. Pujo a la superfície i relaxo el meu cos flotant sobre les aigües tranquil·les. Em deixo emportar i acaronar. I quan miro cap a l’horitzó, em sembla que estic sobre l’infinit perquè la línia entre l’aigua i el cel es dilueix com en una aquarel·la, com si un artista volgués esborrar els dubtes que et diuen que la felicitat no existeix. Però jo visc eternament enamorada. I encara que de vegades em sembli fugissera, sempre torna, potser perquè mai marxa del tot.
Nedo fins a la platja i m’ajec a la tovallola. I m’adormo sota l’ombrel·la acaronada per l’escalfor del sol, càlida com la del teu l’amor.
(Per llegir l’original, publicat en català dins de la revista APLEC, cliqueu aquí):
Desnuda, me arropa el silencio. Es un silencio profundo. Buceo y siento la suavidad de unas manos imaginarias que recorren mi piel, pero es el cosquilleo de las algas que bailan sobre el fondo del mar. Giro sobre mí misma para sentirlas en la espalda, el pubis, la entrepierna, y sonrío de felicidad porque fantaseo contigo. Soy libre.
Mientras subo a la superficie para tomar aire, contemplo el reflejo del sol. Su brillantez difusa luce dentro de pequeñas gotas de luz que chispean sobre mi rostro y despiertan mi curiosidad. Son como los atardeceres en alta mar, cuando aparecen las primeras estrellas hasta llenarlo todo con pequeños puntos de luz. Y cuando ya ha oscurecido, contemplo la belleza encantadora de millones de años de suspiros, risas, tristezas… y entonces parece que formes parte del universo y que el universo se sumerja contigo y que, buceando, seas una estrella más. Ojalá pudiese recoger algunas y bajarlas a tierra para iluminar a la humanidad, para conseguir que nadie volviese a perderse jamás.
Por fin llego a la superficie. Respiro una vez, dos, tres…, y me sumerjo de nuevo. Con calma, libero las burbujas atrapadas dentro de mí y atravieso un banco de peces. El cosquilleo de sus escamas me hace soñar: te imagino buceando conmigo y nos cogemos las manos entre sonrisas, caricias y besos, y nuestros cuerpos se entrelazan hasta transformarse en uno, como si solo existiésemos tú y yo, el resto no importa. Tus ojos me hipnotizan y brillan de felicidad.
Estoy cansada. En la superficie me relajo flotando sobre las aguas calmas. Me dejo llevar y acunar. Y cuando miro hacia el horizonte, parece que estoy sobre el infinito, porque la línea entre el agua y el cielo se diluye como en una acuarela, como si un artista quisiera borrar las dudas que te dicen que la felicidad no existe. Pero yo vivo eternamente enamorada. Y aunque a veces parezca huidiza, la felicidad siempre vuelve, tal vez porque nunca se marcha del todo.
Nado hasta la playa y me tumbo en la arena. Y me duermo bajo la sombrilla acunada por el sol, cálido como tu amor.
(El original fue publicado en catalán dentro la revista APLEC. Podéis leerlo aquí):
Ayer tenía una comida en la zona del atentado que, afortunadamente, se había cancelado. Ni puedo ni quiero pensar en qué hubiese sucedido si ayer por la tarde yo hubiera estado ahí, a esa hora, frente a la camioneta. Solo siento el dolor por las personas que ya no están y el vacío que dejan en la vida de otros. De camino a casa conducía y lloraba, y oía las notificaciones del whatsapp: no podía leerlas, pero sabía que eran mis amigos preocupados por mí.
La zona del atentado es mi zona, donde nací, crecí y viví durante muchos años. Y la condena de no poder despedirte de quien parte sin avisar es algo difícil de gestionar. Historias rotas de almas rotas. No puedo imaginar cómo se vivirá en los países donde los atentados se dan a diario, donde confluyen radicales, insurrectos, guerrillas y todo el conjunto de luchas que suponen los pequeños focos que atentan contra la población civil para reivindicar sus objetivos. Creo que para ellos la vida no tiene valor. No imagino cómo concibe el mundo un niño que a diario vive la muerte o la mutilación de familiares, amigos y conocidos, y tampoco si es posible acostumbrarse a la cotidianidad de los atentados. Tampoco cómo les explicas a tus hijos, que han nacido en esa realidad, que otra vida es posible; aunque tal vez, tú tampoco la conozcas.
Tengo una amiga que decidió irse a vivir muy cerca de la frontera entre Turquía y Siria para ayudar a los refugiados kurdos: la admiro. Porque la gente es gente, personas que aman y ríen y lloran, como nosotros.¿Qué te enseñan para que te convenzas de que puedes decidir sobre la vida de otros porque no vale nada?
Doy las gracias al conjunto de las Fuerzas de Seguridad del Estado por protegernos, porque velan por nosotros diariamente aunque no les veamos, y porque gracias a ellos no sufrimos más atentados. También a los desplegados en zona colaborando en la lucha contra el terrorismo, a miles de kilómetros de aquí, y a sus parejas y familiares porque gracias a ellos pueden realizar su labor. Y hoy, especialmente, als Mossos d’Esquadra por la actuación de ayer, junto a la Guardia Urbana y a los servicios médicos de emergencia.
Mi más sentido pésame para las víctimas de Barcelona y de cualquier atentado, a sus familias y allegados, y la pronta recuperación para todos.
Esta mañana te has despertado con ese ay de cuando tienes un sueño erótico. No, no tienes pareja, pero de vez en cuando quedas con algún amigo para divertirte, aunque nunca dos veces seguidas con el mismo chico: mejor no abusar, que si se acostumbran te piden explicaciones.
El sueño te ha dejado alterada y decides ir a la piscina para relajarte. Qué suerte tienes, piensas, porque a esa hora entrena el equipo de waterpolo. Qué maravilla sentarse en las gradas y contemplar un escaparte de tíos buenos. De repente, aparece en tu mente la imagen del cuerpo desnudo de tu vecino cuando cayó con la bañera. Ya te fijaste en su tableta, pero como era un estúpido no le diste importancia. Y empiezas a pensar… ahora es simpático, ahora te saluda, y tiene el culín tan bien puesto… Crees que podrías subir a su casa para darle las gracias por las magdalenas que te regaló ayer. A fin de cuentas, no sabes nada de su vida, y entre vecinos lo mejor es conocerse y tener buen rollo, por lo que pueda pasar. Aunque con este no hay que precipitarse, no puedes planteártelo como cualquier otro, porque es tu vecino y, ante todo, diplomacia y cordialidad.
De regreso a casa el sueño erótico te persigue. Paras a desayunar en una cafetería y disfrutas sintiendo cómo el cruasán que has pedido entra durito y crujientito, y sale blandito y mojadito del café con leche. Y te das cuenta de que el subconsciente es algo sutil… porque la gente piensa que nos traiciona, pero yo diría que nos da lo que necesitamos. Y ahora te entra la duda sobre cómo será el cruasán de tu vecino.
Cuando un domingo por la tarde estás tranquilamente en casa, un domingo de esos en que solo quieres atontarte delante del televisor. Y de repente, oyes un fuerte estruendo y corres para ver qué sucede. Pero resbalas por el pasillo encharcado y, chorreando hasta las cejas, llegas al baño. Tu corazón da un vuelco al ver que la bañera de tu vecino se ha derrumbado sobre la tuya. Entonces oyes un gemido, te acercas y te das cuenta de que el estúpido de tu vecino ha caído también. Como eres buena persona, te preocupas por él, le preguntas si está bien, y llamas a emergencias. Nada grave, cuatro chichones y un buen susto.
En el rellano todos te preguntan qué ha pasado. Y se ríen porque es el vecino que no te saluda nunca, el que no te ayuda a pulsar el botón del ascensor ni te aguanta la puerta si vas cargado hasta los topes, el que chasca los dedos cuando te ve, el que sube el volumen del televisor cuando sabe que estás enfermo. Ese, y no otro, te ha destrozado el piso recién reformado. Y durante dos semanas tropiezas nervioso con los paletas, los pintores y al final con el del parquet. Y como eres buena persona, exiges mejoras que no podías permitirte cuando pagaste la reforma de tu bolsillo. Y después a limpiar y ordenar. Y cuando un amigo te dice que deberías encontrar algo por lo que estar agradecido, le escupes que gracias pero que se meta el consejo por donde prefiera. Y pasan los meses y resulta que tu vecino ya no es el mismo de antes: ahora te saluda, te ayuda, y ya no chasca los dedos para hacerte rabiar. Incluso hoy te ha ofrecido magdalenas. Además, en el comedor te pintaron un veneciano espectacular, y el parquet es finísimo. Por eso, al irte a dormir das vueltas sobre la cama y piensas en si tal vez deberías agradecerle a la maldita bañera de tu vecino que se cayese sobre la tuya. Y es que de vez en cuando la vida nos pone a prueba y no conseguimos comprender por qué y para qué; pero con el tiempo, las respuestas llegan.
Infinites puntes d’agulla se’m claven al rostre, fa fred. La lluna plena es vesteix dolça rere un tel de núvols, mentre passejo entre les tombes. Fa quaranta-tres anys que sóc guardià al cementiri d’un poblet llunyà, a les muntanyes. Avui he fet tard, però a ningú li importa: els morts dormen i els vius estan entretinguts celebrant la nova moda de Halloween. Durant el dia, el cementiri ha estat ple de visitants, i ara tot resta preciós i empolainat gràcies als rams de flors amb la seva aroma. En nits com aquesta em deleixo recordant els qui ja no hi són, ressegueixo el perfil de les lletres i números esculpits damunt les seves làpides, ennegrides pel pas del temps, sentint com l’olor a cementiri ja forma part de mi.
Qui hi ha? No estic sol, algú s’amaga sota la foscor. Penso que serà en Manel, perquè ja ha vingut altres nits. Ell representa els homes amb l’ànima petrificada pel patiment, incapaços d’acceptar la mort de la seva promesa durant la vigília de les seves núpcies. Té la veu aspre i em sobresalta: “No em puc imaginar la vida sense tu, oh, Amèlia!”. Camino vers ell il·luminant-lo amb la llanterna. Em fixo en que ha cobert la tomba amb el vel de noces que la jove hauria dut si no hagués patit aquell tràgic accident:
—La pobra Amèlia dorm dins d’una caixa petita, la mida justa per acollir els trossos que els llops van deixar —em diu hieràtic, remenant quelcom que escalfa en un fogonet—. I ara se la mengen els cucs! —em vomita ple de ràbia. Però jo no sé què dir, perquè aquella mort colpidora és massa recent. De sobte, en Manel continua parlant amb una tranquil·litat esfereïdora—. He preparat un petit sopar d’aniversari, acompanyi’ns amb un tassó de brou, Sr. Josep—. I sota la seva mirada atenta, me l’atansa. El seu rostre queda trencat per l’ombra sinistra d’un xiprer: em fa sentir por però no m’hi puc negar.
—En prendré una tasseta, gràcies —, li responc sentint com l’escalfor del brou em baixa per la gola. Es gustós i, malgrat tot, s’agraeix el detall. Tothom diu que aquell home s’ha trastocat.
L’esglai per aquesta intimitat macabra em fa fugir cap a la rectoria. Allí em quedo adormit recordant la pal·lidesa cadavèrica d’en Manel, que em fa dubtar de si és viu o mort. A la llunyania, dins la boscúria, els udols de les rapaces trenquen el silenci.
A trenc d’alba torno a fer la ronda. Per sort, ell ja no hi és, només queden les restes del sopar. Però una tomba és oberta: la de l’Amèlia! No sé com no ho vaig intuir la nit abans, qui s’ho podia imaginar? Em sento atribolat, tot es confon, no pot ser!, penso horroritzat en recollir l’olla del brou: el cor em batzega, l’amargor del vòmit em crema, hi veig surant el cap de la pobra estimada!
Pequeñas puntas de aguja se clavan en mi rostro: hace frío. Observo la dulzura de la luna llena cubrirse bajo un tul de nubes mientras me paseo entre las tumbas. Hace cuarenta y tres años que soy guardián en el cementerio de un pueblecito lejano, en las montañas. Hoy he llegado tarde, pero a nadie le importa, los muertos duermen y los vivos se entretienen celebrando la nueva moda de Halloween. Durante el día, el cementerio se ha llenado de visitantes y ahora está todo precioso gracias a las coronas de flores con su bello aroma. En noches como esta me deleito recordando a los que ya no están; contemplo el perfil de las letras y números esculpidos sobre sus lápidas ennegrecidas por el paso del tiempo, y siento que el olor a cementerio ya es inherente a mí.
¿Quién anda? No estoy solo, alguien se esconde entre la oscuridad. Creo que será Miguel, porque ya ha venido otras veces. Él representa a los hombres con el alma petrificada por el sufrimiento, a los incapaces de aceptar la muerte de su prometida durante la víspera nupcial. La aspereza de su voz me sobresalta: “¡No puedo imaginar la vida sin ti, oh, Amelia!”, dice. Camino hacia él iluminándolo con la linterna y me fijo en que ha cubierto la tumba con un velo, el que la joven habría vestido si no hubiese sufrido aquel trágico accidente:
—La pobre Amelia duerme en una caja pequeña, la medida justa para acoger los trozos que los lobos no quisieron comer —dice hierático, removiendo algo que calienta en un pequeño fogón — ¡y ahora la devoran los gusanos! —vomita lleno de rabia. Pero yo no sé qué decirle, porque el duro golpe de esta muerte es demasiado reciente. Miguel continúa hablando con una tranquilidad estremecedora—. He preparado una pequeña cena de aniversario, acompáñenos, Señor José —, y bajo su mirada atenta, me ofrece un tazón. Su rostro queda partido por la sombra siniestra de un ciprés. Siento miedo, pero no puedo negarme.
—Tomaré una tacita, gracias —, le respondo mientras el bienestar del consomé baja por mi garganta. Es gustoso, pienso.
Pero algo me pone nervioso y huyo hacia la rectoría turbado por esta intimidad macabra. Allí me duermo recordando la palidez cadavérica de Miguel, que me hace dudar sobre si está vivo o muerto. A lo lejos, en el bosque, se escuchan las rapaces rompiendo el silencio.
Al amanecer vuelvo para hacer la ronda. Por suerte, él ya no está, solo quedan los restos de la cena. ¡Pero la tumba de Amelia está abierta! ¿Cómo no lo intuí la noche anterior? Atribulado y confuso pienso que no puede ser, y vomito horrorizado al recoger la olla del caldo: ¡veo flotando la cabeza de la pobre Amelia!
Traducción del texto original, Aquella nit de difunts, publicado en la revista APLEC:
La llum s’insinua entre la boira, un tel blanc enmig de l’oceà.
Sóc en un vaixell ple de gent que marxa cap a un món nou, cap a una nova vida.
Em neguiteja el fum negre de la xemeneia que lluita contra l’espessor
esmorteïda. Dibuixa formes sinuoses com les de l’havà de l’amo
quan ens observava, immòbil, des de l’oficina de la fàbrica. Feia por… En què
pensava quan ens mirava així? De vegades, a les seves glopades ja no els hi
quedava espai, i xocaven unes amb les altres. I l’amo, sempre immòbil, semblava
un aparegut del no res, borrós, confús. Llavors, jo me l’imaginava engolit pels
inferns, desaparegut. De sobte, ja no se’l veia.
La majoria dels passatgers encara dormen. Em confón sentir el
fred glaçant-me les galtes, les mans, les parpelles i els cabells. No sé si
estic somiant o si realment em trobo enmig de l’oceà, enmig del no res. La
incertesa em consumeix. Sento a la llunyania, la remor de les entranyes del
vaixell: el brunzit de les turbines, els ritmes acompassats de les màquines i,
sobre tot, la fosca monotonia del motor de fuel que escup el fum negre per la
xemeneia. Tot em fa veure el temps que deixem enrere. Dibuixo en la memòria els
últims records de la fàbrica: les bobines del fil, els telers, les companyes,
les amigues… És el motor qui m’ensordeix l’ànima fent-me recordar la guerra i
el desencís de la mancança, de la soledat. Amb els talls de llum constants, a la fàbrica només podíem
treballar gràcies a un motor portat des de Barcelona, aprofitat d’un vaixell
desballestat durant la guerra. Entre el so dels telers i el d’aquella bèstia
pudenta, no podíem sentir els avions que sobrevolaven el cel per anar a
bombardejar Barcelona, o qualsevol altre indret. Patia. I si algun dia
decidissin atacar-nos i no els havíem sentit? Imaginava una pluja de bombes
mentre treballàvem. Explosions. Crits. Dolor. Laments, gemecs i sang. El regal
triomfant d’algú que jugava a ser Déu. La diferència entre la vida i la mort
restava en un simple gest.
Fèiem coses maques i útils a la fàbrica, com la roba per les
fundes de matalàs, estovalles, uns jaquards preciosos i, com dir-ho… cotilles. No gosava, quan jo
treballava en aquella tela i s’apropava l’amo, de mirar-li a la cara. Em sentia
una desvergonyida. Però jo era tant jove… Vaig començar molt a prop del temps
de la guerra, quan tenia catorze anys, com totes. Era a principis del 1936. El
papà va insistir en que anés a l’escola
fins el Nadal, tot i saber que a casa necessitàvem els quartos per poder viure.
Recordo quan la mare i el Pepet encara vivien. La mamà em
pentinava i em feia les trenes per anar com una senyoreta polida. En Pepet
encara era petit quan van agafar les febres, tenia quatre anys. Poc després,
van marxar. Recordo també els primers rajos de sol que entraven pels finestrals
de la fàbrica, sempre a partir de mig matí. El cel blau es diluia rere els
vidres i els filets d’or quedaven empolsinats. Eren com piguetes de pols
flotants. En Pepet tenia la cara pigada. Li agradava córrer pels carrers i
trepitjar l’herba del tros. De vegades, es fixava en les formigues i els
cargols, i reia. La mare, llavors, resplendia de felicitat.
El papà estava segur de la seva decisió:
—Nineta —em va dir un dia— m’ha escrit el tiet Miquel i m’ha
explicat que a l’Argentina s’hi està prou bé. M’ha dit que necessiten un fuster
i que em pagaran suficient com per poder viure bé. Allà no hi ha guerra ni
penúries.
Però el papà estava trist. Vivíem dins d’una casa massa gran.
L’Engràcia i altres veïnes m’havien ofert de quedar-me a casa seva. Deien que a
Copons tenia feina i amigues. Però el papà va insistir de marxar.
—I què faré jo, a l’Argentina? —li preguntava—. També cusen
allà? També tenen fàbriques de teles?
—Segur que sí, Nineta —responia ell prenent-me de la mà,
somrient.
Però jo sabia que no tenia respostes certes. També sabia, per la
seva mirada trista, que aquella no era una fugida de dol, com comentaven alguns
veïns, sino un intent de donar-me la vida que ell desitjava per a mi: que em
convertís en una senyoreta en un país de llibertat. Ningú no l’entenia. A
Copons bé que s’hi està, deien.
—Mira, Nineta, mira quins peixos tan grans i bonics! —sento que
em crida el pare ple d’emoció, fent-me despertar.
—Són dofins —ens explica una senyora grassa i divertida, rient.
M’adono que el sol espurneja i la boira s’ha esvaït. Els xiscles
de les primeres gavines ens avisen de que ja som a prop de la costa. Jo mai no
havia vist el mar, ni gavines, ni dofins, ni onades tant grosses com les
d’ahir. Però la seva olor és relaxant.
Desitjaria poder compartir-ho tot amb la Marieta i la Josefina, i amb les
amigues i les companyes estimades que deixo enrere. Potser no ens tornarem a
veure. I el sol esclata contra l’aigua tornant-la tant lluent com les perles de
les sirenes. I els xiscles brillants dels dofins m’enlluernen els records
dementre contemplo la terra ferma, dementre el port ens obre els braços a una
nova vida. I és ara, quan la incertesa i l’emoció m’embolcallen, que agafo ben
fort el collaret que em van regalar les meves estimades perquè les dugués
sempre al cor, a elles, a la fàbrica, i a Copons.