“No me sale a cuenta invertir mi tiempo y mi dinero en ti porque no eres suficientemente cariñosa”, me dijo la tercera vez que no quise acostarme con él. Me despertó a las seis de la mañana, pero le dije que no me apetecía; entonces, me echó la bronca y se fue al bar a fumar porque mi rechazo le había provocado una crisis nerviosa. Llevábamos dos meses de relación.
La primera vez que no quise fue cuando me despertó a las tres de la madrugada. A la mañana siguiente, me soltó un sermón; dijo que si no tenía ganas a la vez que él, significaba que yo no le amaba lo suficiente o que la relación iba mal. Pero no lo tomé en serio, pensé que era una tontería y que ya se le pasaría. La segunda vez fue de noche; yo estaba enferma y me echó en cara que para estar con mis hijos me encontraba bien y para estar en la cama con él, mal. Y al día siguiente, a las seis de la mañana, fue esa tercera vez, cuando me trató de prostituta.
Me lo saqué de encima, le bloqueé y no lo he vuelto a ver.
Pero a los tres meses me escribió un correo electrónico para decirme que no había conseguido estar con ninguna otra mujer, porque continuaba amándome, y que ojalá sucediese el milagro de volver a estar juntos. No contesté.
Si yo hubiese tenido baja autoestima, la relación habría continuado porque habría accedido al sexo cada vez que él lo pedía, para que no se enfadase y porque un hombre tiene sus necesidades y hay que respetarlas. Es más, según él, yo tenía otro problema además de no amarle lo suficiente: no sabía apreciar lo que él me ofrecía. A saber: tres polvos diarios, porque eso es lo normal, Paula, y tú no valoras lo que agradecería cualquier otra mujer.
En mi vida, este episodio fue brevísimo y lamentable. Ahora ya me resbala. Porque el verdadero drama está en saber qué les habrá enseñado a sus hijas, las tres casadas, sobre qué significa ser buena esposa.
Era tan bonito, que él pensó que ella estaría siempre a su lado; y ella, que él cambiaría por amor. Y así pasaban los días, las semanas, los meses, hasta que poco a poco…
No eres el tipo de mujer que quiero en mi vida, me agobias, quiero experimentar con otras, mi socia es tan importante como tú, mi ex es la mujer de mi vida, eres muy celosa, no sabes amar, le decía él.
Me esfuerzo por aprender, perdona por ser celosa, si mejoro podrá funcionar, perdona por agobiarte, te quiero a ti, volvamos a intentarlo, respondía ella. Hasta que se hartó y lo dejó.
Entonces, él quiso volver: perdona, te quiero mucho, cambiaré. A ella le pareció un milagro. Pero un milagro que nunca cambiaba nada: mientras ella lloraba, él la pegaba con sus mentiras.
Pero ¡volvamos atrás!, porque el principio está mal escrito. En realidad quise decir:
Él pensó que ella se lo aguantaría todo. Ella pensó que eso era amor.
Descripción: Curso práctico destinado a disfrutar de la escritura, a experimentar diferentes técnicas de desbloqueo y adquirir el hábito de la constancia. Crearemos escenas e historias trabajando individualmente y en grupo.
Además, para conmemorar el 25 de Noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una parte del curso se centrará en estas cuestiones y se propondrá a los participantes la escritura de un microrrelato que será publicado en el blog de la biblioteca.
Los ejercicios se podrán presentar en catalán o castellano.
Horario: Los martes desde el 27 de octubre al miércoles 25 de noviembre, de 18:30 a 20:30h
Breve descripción: Las mujeres no respondemos a un patrón único de comportamiento, sino que nuestra diversidad nos otorga más poder del que tradicionalmente se nos ha permitido tener.
Taller destinado a reformular el carácter y la trayectoria de vida de las protagonistas de los cuentos de hadas. Se trabajará individualmente, en grupo, y se fomentará el debate y la introspección personal.
Público: Adulto
Horario: Jueves 31 de octubre, 7 y 14 de noviembre, de 18:15 a 20:15 h
Todo empezó cuando un día, paseando por el bosque, vi unos álamos atornasolados. Y eran tan altos, que pensé en la suerte que tenían de llegar hasta el cielo. Así es que llamé a una nube, me monté sobre ella y le dije: “Quiero tocar el cielo, llévame tan alto como los álamos”. La nube se puso a reír y dijo que el cielo es un espacio infinito y que no se podía tocar, que no había techo. Pero no la creí y la hice volar alto, muy alto, hasta que, finalmente, el cielo llegó a su fin. Resultó que acababa en una trampilla redonda y tiré de la aldaba.
Entonces, entré en una habitación gigante y aparecí sobre un cuaderno inmenso. No sabía qué mundo era ese, se parecía al mío aunque allí yo era muy pequeñita. Vi que la trampilla era el relleno de una letra “o” mayúscula casi tan alta como yo, de un título que decía “Rosaflor y el viaje mágico”. Y me puse a leer la historia, que hablaba de una encantadora princesa deseosa de conocer mundo. Y continué leyendo el cuaderno y, a cada página, encontraba una historia nueva: «Rosaflor y el Príncipe Enamorado»; «Rosaflor y el Caballito Español»; «Rosaflor y la Gran Tormenta». ¡Pero esas eran mis historias, las que se repetían en mi vida una y otra vez hasta el hartazgo! ¿Cómo podía ser? ¿Quién escribía por mí? ¿A qué mundo había llegado?
De repente, la puerta de
la estancia se abrió y apareció un señor. Al verme, dio un brinco y,
acercándose, preguntó, ¿quién eres tú? Rosaflor, respondí. Y como era tan
pequeñita, cogió su cuaderno y escribió: Y Rosaflor creció. Hablamos durante horas y supe ¡que era el
autor de todo lo que sucedía en mi vida! Una vida aburridísima llena de
príncipes estúpidos que solo vivían para matar al dragón. Me sentía atormentada
porque ese escritor se empeñaba en decidir por mí sobre lo que
iba a sucederme, dónde, cuándo y por qué, cómo debía sentirme y reaccionar,
incluso ¡qué debía pensar! Él lo controlaba todo pero, ¿quién lo controlaba a
él? Y más: ¿Su vida sería tan aburrida y repetitiva como la mía? En su mundo
¿también habría una trampilla? O quizás ¿él era Dios? Me empezó a doler la
cabeza…
Ah, pero ahora yo era de su tamaño… así es que, con mi linda sonrisa y guiñándole un ojo, le pregunté si podría escribir una cosita en el cuaderno y, encandilado por mis gracias femeninas, dijo que sí. Cómo reía yo al contemplar su cara de espanto mientras se volvía chi-qui-ti-to y suplicaba piedad. Entonces, lo cogí por el pescuezo y lo arrojé por la trampilla.