Al final, solo queda la luz del amor hacia uno mismo. Y si conseguimos emerger desde ahí hacia los demás, liberados del ego y del juicio, sentiremos las derrotas como triunfos de aprendizaje y los fracasos como grandes lecciones de vida. Entonces, merecerá la pena vivir y sentir. Os deseo ánimo, fuerza y felicidad para el 2019.
De repente, la Bella Durmiente despierta. Hace frío y tiene ganas de ir al baño. Pero eso no estaba previsto: todos duermen menos ella, ¿quién ha cambiado el cuento? El banquete acabó y están en palacio. Y duermen tranquilos porque saben que su mundo principesco es el mejor lugar para vivir ya que, pase lo que pase afuera (en el bosque, en las villas, en los campos), ahí están a salvo para comer, reír y vivir: es su zona de confort.
Mira hacia el bosque y no quiere salir. Siente miedo de los jabalíes, de las serpientes, de lo desconocido. El mundo da miedo. ¿Por qué? ¿Qué hay más allá de tanto temor?, se pregunta.
Empieza a caminar por el palacio, a recorrer las estancias observándolo todo y a todos. Cuánta felicidad y tranquilidad, cuánto silencio y oscuridad. De repente, tropieza con algo que se hace añicos. Es un zapatito de cristal. Cenicienta se despierta y observa su pie desnudo. Qué peligrosos son estos zapatos… Y se libera del otro. Porque a Cenicienta tampoco le gusta su destino. Así que deciden recorrer juntas el palacio hasta encontrar la salida. En otra estancia chocan contra una cama y descubren que ahí duerme Blancanieves, y la despiertan. La joven coge su lámpara, la que usa para ir a visitar a los enanos a la mina, y se une a descubrir una nueva vida. Cuando llegan al lindar de la puerta, una brisa fresca las sobrecoge. El bosque está oscuro, lleno de peligros y de sonidos extraños. Hace frío. A su espalda está todo lo conocido, el mundo seguro. En frente, el misterio de la vida por descubrir. Y, valientes, se adentran en lo desconocido.
Porque es allí donde empieza la vida, donde podrán elegir qué hacer, como hacen ellos, los príncipes y caballeros, que recorren aventuras y escogen a la princesa con quien desean casarse. Pero a ellas no les pregunta nadie, se quedan inmóviles dentro de palacio o en el de su futuro marido, con un destino escrito del que se presupone el final: la felicidad conyugal.
Pero ahora que han vencido sus miedos. Y nadie volverá a decirles qué deben hacer, ni cuándo ni con quién. Ahora, son libres.
Ejercicio realizado en el curso: Perrault, no m’expliquis contes! (‘¡Perrault, no me expliques cuentos!’), en la Biblioteca l’Escorxador, Sant Celoni.
Había una vez una Bella Durmiente que se aburría muchísimo. Vivía entre algodones para no aprender demasiado, ni a pensar ni a vivir demasiado. Pero ¿por qué?, le preguntaba ella a sus padres. Y siempre le contestaban: porque hay que aprender a vivir lo justo para aceptar con agrado el propio destino. Y, ¿qué es el destino?, insistía, pero nadie le respondía. De hecho, todos creían que la Bella Aurora vivía tranquila, pero la curiosidad le podía. Por eso, el día de su vigésimo quinto cumpleaños, harta de esperar algo que ni ella misma sabía qué era pero que todos parecían saber, decidió adentrarse en el bosque que lindaba con su castillo.
Mientras caminaba oía una voz insistente dentro de su cabeza… El bosque está lleno de peligros, no debes adentrarte en él… Cuentan que vive una bruja que se come a las niñas buenas y guapas como tú… Ahí mil horrores te esperan… Te perderás y no regresarás jamás… Pero eran voces, solo voces lo que ella oía: la voz de su madre, la de su padre, la de las sirvientas…. Todas las voces juntas. Y sabía que si no se enfrentaba a sus miedos, jamás podría descubrir lo que se escondía más allá de su vida.
Estaba sola. Atemorizada. ¿Serían ciertas todas aquellas historias? Más y más adentro del bosque encontró un palacio cubierto de hiedra y musgo. ¿Desde cuándo estará ese palacio ahí? ¿Está habitado?, se preguntó. Y se decidió a entrar. En el centro encontró una estancia con objetos antiguos, extraños, viejos. De repente, un destelló la iluminó: era el reflejo de un espejo de mano. Se acercó. No se lo podía creer: ¡el espejo hablaba! ¿Cómo sabes quién soy? ¿Cómo es posible que sepas qué me gusta y qué no, cuáles son mis deseos? ¿Qué quieres decir con que debo regresar a casa, que es un error no cumplir mi destino? ¿Qué destino? ¿Qué sabes tú de mí que ni yo misma sé?
Aturdida, escuchó las respuestas a todas sus preguntas. Una a una. Entonces, se retiró a meditar. Pensó en su destino, el que debía cumplirse dentro de pocas horas. Le pareció que dormir durante cien años no sería demasiado cruel, pero sí aburrido: su destino era esperar hasta encontrar a su gran amor, el que la despertaría. Y eso era bonito. Pensó y pensó. Hasta que, por fin, se decidió: es injusto que deba esperar dormida, yo quiero conocer a mi príncipe, quiero viajar y divertirme, aprender, no quiero una vida aburrida. No quiero esperar.
Antes de partir le preguntó al espejo ¿quién eres? Y supo que la hijastra de su anterior dueña, Blancanieves, lo dejó abandonado ahí donde las princesas dejan todo lo que ya no les sirve en su vida, hartas de esperar y de tener que sufrir un destino impuesto. Y descubrió un zapatito de cristal, una rosa marchita, una capa de color rojo y mil cosas más.
Y decidió no pincharse. Decidió no dormir. Decidió vivir despierta y, sobre todo, cambiarse el nombre por: La Bella Despierta.
Ejercicio realizado en el curos: «Perrault, no m’expliquis contes! (‘¡Perrault, no me expliques cuentos!’), en la Biblioteca l’Escorxador, Sant Celoni.
Durante el curso impartido en la Biblioteca l’Escorxador de Sant Celoni (Barcelona), hemos analizado y reflexionado sobre los arquetipos patriarcales en los cuentos de hadas, además de conocer una línea silenciada de mujeres escritoras cuyas princesas son cultas, inteligentes, listas y, además, guapas y poderosas. El nivel de participación y de reflexión ha sido excelente.
La clase se dividió en dos grupos para trabajar la reescritura del cuento de la Bella Durmiente. El primer grupo se centró en el sueño de Aurora, la Bella Durmiente, que tomaron como metáfora de aceptar el propio destino: ella cree que debe dormir cien años, que debe aceptar su destino con pasividad pero, finalmente, se revela. Para leer su ejercicio («La Bella Durmiente que se cambió el nombre»), podéis ir a: https://paulacolobrans.com/wp-admin/post.php?post=143&action=edit
El segundo grupo se centró en los miedos a lo desconocido, en la sobreprotección que el sistema tradicional impone a la mujer para protegerla de los peligros de la vida cuya metáfora es el sueño de la Bella Durmiente. Aquí, Aurora se enfrenta a esos miedos para despertar. Para leer su ejercicio («La Bella Durmiente y el banquete de princesas») podéis ir a: https://paulacolobrans.com/actividades/la-bella-durmiente-y-el-banquete-de-princesas/
Y no solo eso, hemos tenido el privilegio de que Roc, un pequeño muy grande de siete años, nuestro relevo generacional, participase también durante una sesión. Y ha estado tan atento que nos ha dibujado a una Bestia (del cuento «La Bella y la Bestia»), que no cambia, que continúa siendo Bestia porque tiene corazón de robot. Lo hemos tomamado como la metáfora de que el amor romántico no siempre lo puede todo, porque el poder transformador del amor solo funciona si uno mismo desea cambiar, y esto es una decisión personal que no depende del otro sino de uno mismo. En la galería podréis ver un dibujo de la Bestia y otro de un retrato estupendo que me hizo.
Gracias, Biblioteca l’Escorxador de Sant Celoni y a todas las participantes, fue un verdadero placer.
Había una vez dos pueblos: uno era el reinado de Blancanieves, el otro, el de la Bella Durmiente. Y estaban separados por un lago enorme donde vivía la Sirenita, pero también unos monstruos peligrosísimos. Este es un cuento diferente porque las princesas eran todas amigas.
Resulta que un día, la Sirenita escuchó que Maléfica estaba tramando un plan para matar a Blancanieves, que quería dejarla en el bosque o darle una manzana envenenada. Le tenía envidia porque era buena y guapa. Entonces, la Sirenita partió rápido hacia el castillo de Aurora, la Bella Durmiente, para explicárselo todo y, juntas, llamaron a Cenicienta y a Rapunzel. Las cuatro amigas pensaron en cómo podrían librarse de la madrastra Maléfica y se les ocurrió un plan: Cenicienta llamó a su mascota, que era el dragón de San Jorge, y juntas se fueron volando hasta el castillo de Blancanieves, porque atravesarlo en barco era muy peligroso por los monstruos. Cuando llegaron a casa de Blancanieves, Maléfica estaba a punto de obligarle a comer la manzana. Pero Rapunzel enrolló su enorme trenza alrededor de la madrastra y la inmovilizó, y la Sirenita le dio un coletazo tan fuerte en la mano que sujetaba la manzana, que se la hizo tragar de golpe.
Maléfica cayó en un profundo sueño y nadie quiso despertarla jamás, por mala. Hasta que un día, a alguien se le ocurrió ponerla al sol para que se deshiciera hasta desaparecer. No quedó nada de ella. Maléfica dejó de existir. Y las princesas continuaron siendo amigas y ayudándose unas a otras.
CUENTO DE BLANCANIEVES-BELLA DURMIENTE (equipo de adultos):
En la escuela de princesas, Blancanieves y la Bella Durmiente se hicieron amigas. Durante el verano de esta historia, Blancanieves vivía en casa de los enanitos e invitó a la bella Aurora a pasar juntas unos días.
A las dos amigas les encantaba jugar a los disfraces, y decidieron intercambiarse los vestidos. Blancanieves contemplaba a Aurora y, en el fondo, le tenía envidia. Y no porque el vestido le quedase mejor que a ella y porque fuese rubia y tuviese todos los encantos del mundo. Sino porque Aurora le había robado el novio en el instituto y, mientras ella había tenido que huir de casa por culpa de su madrastra, Aurora se divertía con su churri. Así, con los trajes intercambiados, fue cuando llegó una vieja con un cestito lleno de manzanas dulces. Blancanieves pensó en gastarle una broma a su amiga y le dijo: “Abre tú y cómete la manzana, dile que eres yo, la que vive con los siete enanitos. Cada semana hay quien viene a conocer a la pobre Blancanieves que tuvo que huir por culpa de su madrastra, y solo hacen que traerme regalos”. Así que Aurora cogió la manzana y la mordió. Y la madrastra se deshizo de felicidad creyendo que se había librado de su hijastra cuando la joven cayó dormida.
Y Blancanieves pudo librarse por fin de su madrastra, y también de la repipi y presumida Aurora, y de los enanos machistas, brutos y zafios que la tenían hasta la coronilla. Y ahora disfruta en un resort del Caribe, de la herencia de la Bella Durmiente y de una vida loca.
Y QUÉ PASO CON EL RESTO DE PERSONAJES…
Que el príncipe no llegó a tiempo de besar a la supuesta Blancanieves porque venía en tren, y ahí sigue esperando, en el andén.
Que la madrastra se quedó sin espejo cuando lo rompió en un ataque de ira, porque el espejo seguida diciendo que la más bella era Blancanieves. Pero estaba muerta, ¿no? O eso creía ella.
Que los enanos se quedaron sin criada y ahora se fastidian y tienen que limpiar, lavar y hacerse la comida ellos solos.
Y, mientras, la Bella Durmiente está abandonada en el bosque, en su cripta, cubierta de maleza y hierbas, esperando y esperando a que alguien la encuentre y la despierte.
En el taller familiar de “La Bella dorment que no volia dormir” que impartí en la Biblioteca Montserrat Roig de Martorelles (Barcelona), trabajamos la sororidad femenina a través de los cuentos de hadas. Les propuse que las princesas se ayudasen entre ellas salvándose unas a otras. El equipo infantil lo hizo de miedo, pero el de padres fue bastante díscolo y acabamos riendo muchísimo.
Sortiren una
matinada fresca de finals de juliol. L’Eleonor i el Frederic viatjaven
acompanyats per la dida Josefina. El trajecte durava dos dies. Es mudaven. Els
grinyols del carruatge feien riure el petit, que tenia quatre anys complerts.
Mirava per la finestra i assenyalava els segadors, els rucs carregats amb els
feixos de palla, els ramats de bens… Que fascinant era tot! Fins i tot els
núvols que s’apropaven. “Resem perquè la tempesta arribi cap al tard, serà
forta”, comentà el cotxer. El Frederic rigué.
Al vespre, a
l’abric de la posada, arribà la nit. I la tempesta. Llampegava. Tronava. Qui
podia dormir en una nit així? El Frederic sentia com sa mare l’aferrava amb
tanta força com ell el seu osset de drap, i que l’acaronava amb la seva veu
dolça cantant-li la Chançon d’amour. Els hostes s’havien reunit a
la sala. Aquí no hi havia ciutat. Ni veïns. Només bosc i tempesta. A fora tot
esbategava furiós. De sobte, la porta s’obrí. Els homes van adreçar-s’hi per
tancar-la. I el Frederic, en un rampell de bogeria, llançà l’osset i sortí
cridant per foragitar el que tanta por feia a sa mare. L’Eleonor i la dida
cridaren i sortiren darrere seu alertant a tothom. Però hi havia tal confusió
que ningú va reaccionar a temps. On era el Frederic? Que tètric es veia tot amb
els clarobscurs dels llamps i trons. Llum. Foscor. Negror. Els crits de
l’Eleonor s’esvaïren entre els seus plors. Del Frederic en quedà l’osset. I el
record. El bosc n’engolí la resta.
Però el
Frederic vivia. Vivia i mirava la lluentor d’uns cabells d’argent copsats de
sol. Era l’endemà, quan una dona el portava a coll. Qui era? Tenia les mans
arrugades i els ulls inquiets. Amb ella hi havia aquell gos que l’havia
acompanyat durant la tempesta. Era en Cafur, que el sentí i el trobà entre
matolls d’espígol. Per això, aquella dona l’anomenà Petit Espígol. Em dic
Frederic, insistia ell; però ella responia que era l’Espígol. Pocs la
coneixien. Li deien la Bruixa perquè vivia amagada del món en un cau del Bosc
dels Esgavellats. I se la veia de tant en tant baixar al poble per a ajudar qui
necessités les seves pocions i arts màgiques.
El petit va
créixer feliç a pesar de l’enyorança. De vegades plorava. Quan vindrà la mama?,
preguntava sovint. Però la Bruixa s’havia apropiat d’ell i el cuidava. Li
ensenyava els secrets de les plantes, a orientar-se pel bosc, a llegir els
estels. I els records de la mare s’esvaïen. La Bruixa no el volia compartir amb
ningú. L’Espígol era la seva troballa particular i secreta. Ell era seu. I volia
tenir-lo allunyat de la maldat dels homes, que es mantingués amb l’ànima pura,
sublim, lliure. I durant cinc anys caminà descalç, pujà als arbres, es banyà
als rius d’aigua clara. I quin orgull de cabellera lluïa! I creixé cercant la
nimfa del riu pensant que ella se l’estimava tant que s’amagava tímida,
juganera. L’Espígol embogia de felicitat. Fins que un dia, es topà de fit a fit
amb un frare peregrí, el Marcel de Montserrat:
—I qui ets tu, petit vailet? D’on surts?
—Sóc
l’Espígol, fill del bosc, amic de la nimfa del riu i de la Bruixa! —respongué
donant-se un cop ben fort al pit.
En Marcel dibuixà un somriure, d’on sortia aquell petit intrèpid? No havia vist mai res de semblant. Però si va nu i descalç! I aquesta cabellera… I si és el nen que el bosc engolí?, pensà. I el portà cap a Montserrat tot i que la Bruixa s’hi resistís. Avisaren l’Eleonor, que en arribar el va abraçar amb força, plorant, ensenyant-li l’osset. El Frederic sospirà. Agafà l’osset. No sabia què dir, què pensar, què fer. Per què li havien tallat els cabells? Perquè havia de calçar sabates? Quan l’Eleonor va entonar la Chançon d’amour, ell també cantà. L’Eleonor plorava de felicitat. Però ell restava en silenci, observant. Què volia aquella gent? Qui eren? Què volia dir civilitzar? Per què l’havien vestit així? On era la Bruixa? La nit és llarga, pensà. El llit es flonjo com els cabells d’aquella dona, l’Eleonor. Però jo sóc l’Espígol i vull tornar a casa! I s’escapolí entre la foscor, vers el bosc.
Sonríes de felicidad. Sonríes y sientes el cosquilleo del viento sobre tu rostro. El olor del pañuelo que tapa tus ojos se confunde con el aroma dulce de las flores, y se te escapa la risa cuando, sin avisar, él toma tu mano. Te conduce con delicada firmeza y dice: “poco a poco, no hay prisa”, y cuida de ti para evitar que te caigas. Solo hay risas y felicidad. De repente, oyes el pequeño cauce de un río. “¿Dónde estamos?”, preguntas, pero no te contesta. Se ríe y aprovecha para hacerte cosquillas, y cuando intentas atraparle, se escapa. Volvéis a reír. “A ver si adivinas qué tipo de árbol es”, dice mientras te guía a través de sus ramas, que son largas y finas: claro que lo sabes, son las tímidas hojas de un sauce llorón rozando tu piel. Le dices que no sea malo, que te libere de este pañuelo para ver a dónde estáis. “Contigo soy un niño grande —responde—, un niño que nunca se cansa de jugar y de hacerte reír. Has de reír cada día para ser feliz. Tu risa y tu sonrisa me hacen feliz a mí también”. Y avanzas con inseguridad porque podrías poner un pie en el agua, aunque sabes que él nunca permitiría que te sucediese nada malo: es un niño grande, pero también un hombre. Divertido, vuelve a negarse a que te quites el pañuelo, quiere hacerte rabiar. Y tú le dejas. Sientes el frescor del agua a través de las hojas, entonces sabes que te acercas a la orilla, reculas. Él se ríe, te felicita, y sin que lo esperes te abraza delicadamente y te besa en la mejilla. Tu rubor le hace gracia. Y te besa en los labios y se aparta de nuevo. “Ven”, insistes. Y se acerca y sus dedos traviesos juegan sobre tu piel deslizándose por debajo de la blusa. Su respiración te enloquece, y vuelve a besarte suave, dulce, tierno.
¿Cuánto tiempo hace que no sentías tanta felicidad?, te preguntas sin conseguir responder. Tu cuerpo empieza a notar que ya no tenéis veinte años, pero ¿qué importa? ¿Acaso hay edad para ser feliz? Y te ríes también y te quitas el pañuelo. Y os abrazáis y os besáis y jugáis a pillar. ¿Por qué nadie te enseñó que en la madurez podrías amar y jugar como en la adolescencia? Estás loca de felicidad, saltas, cantas y ríes, y eres incapaz de enfadarte con nadie. Tu bienestar se contagia y todos quieren estar junto a ti. Cuando eras joven te dijeron que el amor se apaga, que dura poco, que un matrimonio es para toda la vida porque el amor de pareja se convierte en amor fraternal. Pero tú no te lo creíste porque te casaste enamorada, creíste que viviríais siempre con ese amor de la juventud. Pero un día despiertas y no recuerdas cuántos años llevas aguantando un matrimonio anodino, cuántos años sin sentir pasión por la vida. ¿Por qué nadie te explicó que esto no es la verdadera felicidad? ¿Por qué nadie te explicó que cuando este futuro aburrido llegase, podrías escoger cómo vivir tu vida, y que tal vez a ti no te bastase con la protección, la seguridad y la estabilidad familiar? Porque tal vez a ti, eso no te haga feliz. ¿Por qué no te enseñaron que puedes escoger y que aceptar la infelicidad debe ser una decisión y no una condición? Sientes su abrazo y te dejas llevar, y os reís entre besos y suspiros. Y cuando, de camino a casa, la brisa dorada recoge vuestro susurro de amor, te alegras por haberte atrevido a escoger el camino de la felicidad.