¡Hoy es el día!, pensó Julia después de desayunar. Entonces, guardó unas galletas y un par de zumos en la mochila. Mandi, quédate en casa, insistía, pero su gato quería acompañarla sí o sí. Quizás porque cada noche al irse a dormir, la pequeña preguntaba: Mamá, ¿por qué está embrujado el bosque? Y mientras Mandi se acurrucaba con ella en la cama, mamá le explicaba la historia del bosque encantado y de las mariposas mágicas.
Así es que esa mañana, Julia y su gato Mandi entraron por el valle que conducía al bosque. No te alejes tanto, Mandi; deja a esa lagartija en paz; si haces rodar tanto a ese caracol se va a marear, decía mientras caminaban por el sendero del río. Al fondo, una corona de montañas con algo de nieve. Mira cómo tocan el cielo, seguro que la yaya podría bajar si la llamásemos fuerte; y el gato, siempre atento, respondía miau. El camino empezaba a subir hasta llegar a un puente de piedra de esos que tanto resbalan y, tan antiguos, que nadie sabe cuántos años tiene. Al otro lado, el bosque.
Se adentraron por el camino que serpenteaba como una culebra entre árboles, arbustos y oscuridad, hasta que por fin se abrió un claro profundo y musgoso. Huele a flores, pensaba Julia; pero se oían ruidos extraños y, de fondo, el río. Tú no tienes miedo, ¿verdad, Mandi?, pues yo tampoco. De repente, una pequeña luz, y dos y tres bailando una coreografía como nunca se habrían imaginado. Ya vale, niñas, se oyó a lo lejos. Julia se volteó intrigada y vio a una mariposa azul que, con su varita, transformó a las lucecitas en pequeñas mariposas azules. Somos las Azulitas, reían traviesas mientras revoloteaban alrededor de Julia y molestaban a Mandi, que intentaba atraparlas.
Esa noche, Julia le dijo a mamá: hoy seré yo quien te explique porqué Bujaruelo está embrujado. Mamá sonreía de felicidad. Es cierto, mamá, insistía, y algún día yo también seré una mariposa azul. Pero mamá no creía ni una sola palabra. Así que, a la mañana siguiente, Julia se la llevó al bosque. Pero ¿no las ves?, preguntaba. Y de verdad que mamá no veía ni una sola mariposa azul. Hasta que la pequeña recordó que le habían dado un saquito de polvo mágico: polvo de hadas para volver a creer, dijeron. Y le sopló un poquito a mamá y dijo: Ven, agáchate, mira allí al fondo, ¿las ves? Una, dos, tres, cuántas mariposas, ¡y todas son azules! Mira, ahí está María libando el néctar de las azucenas silvestres, y detrás de la seta con sombrero, Laura, la maestra con sus azulitas. Y mira, ¿ves ese tronco de roble dormido con las raíces enormes que respiran sobre la alfombra de musgo? Pues ahí, en sus huecos, es donde se transforman en mariposas. Y se acercaron emocionadas y vieron cómo entre la oscuridad brillaban millones de pequeñas luces.
Al atardecer, en el bosque se celebró una gran fiesta. Y llegaron mariposas, duendes y hadas, elfos, gnomos, incluso algún trol que tuvo que limpiarse los pies para poder pasar. Las luciérnagas se metían dentro de las copas de las flores y encendían sus luces iluminándolo todo. Había mil y una maravillas para comer y beber, zumos de bayas, piruletas de jazmín, bombones de espliego… Incluso había una orquesta con guitarras, flautas, tambores, y pasaron la noche cantando, bailando y riendo. Al alba, con la primera luz del día en el territorio Azul, despertaron juguetonas las azulitas más niñas, que revoloteaban entre sus griteríos para despertar al resto del pueblecito que, con tanta pereza, empezaba a faenar de flor en flor, de rama en rama. También despertaban las rastis, que eran las que se encargaban de llenar la despensa de la comunidad. Mamá despertó a Julia que, feliz, preguntó: ¿me crees ahora, mami? Claro que sí, eres mi mariposa azul. Y con la calidez de un abrazo, regresaron a casa con Mandi.
Dicen que Bujaruelo está embrujado.
Dicen que Bujaruelo está embrujado porque de noche, sobre el murmullo del río, se oyen cosas extrañas. Es el bosque que habla dulce y sabio como las caricias de mamá, porque las que ya no están, las abuelas, madres, hijas, tías, permanecen como el aleteo de las alas invisibles que llevamos en nuestro interior. Y con su amor y sabiduría siembran la tierra que será regada con la lluvia del bosque. A todas vosotras, mujeres, ¡gracias!
Relato colaborativo que surgió a raíz de un juego que organicé en Facebook durante el confinamiento por covid-19. ¡Muchas gracias por participar!
Para hoy, os propongo esta fotografía. Quizás os inspire más una emoción (belleza, tranquilidad, amor…), o una…
Hablaba con mi
amigo el poeta y decía: son tiempos difíciles, para reflexionar. Y es que quince
días confinados dan para pensar.
Dan para pensar y reformular, porque ahora sí que tendré
tiempo y silencio para escuchar, escucharme, reencontrarme. Porque ya sabemos
que la vida no es solo correr, trabajar y gastar, pero el día a día lo devora
todo y vamos faltos de momentos y, a veces, hasta de felicidad y de sentirse en
paz con uno mismo, con los demás y con el mundo.
Tomo este encierro como una oportunidad para descubrir cuáles son mis prioridades, para saber quién está a mi lado y al lado de quién deseo estar yo. Y para descubrir si es compartido. El tiempo nos da respuestas, y las personas, también. Hay mil maneras de decir te quiero, y cada uno lo hace lo mejor que puede. Y es que la vida nos sorprende cuando alguien que no esperabas te pregunta cómo estás, incluso si le dejaste claro que no querías ya nada con él, pero te pregunta igual. Entonces, comprendes que algo de ti permanece en su alma. Es el momento de ver las cosas como son. Pero también sucede al revés: me cuesta aceptar el silencio de quienes son importantes para mí. A veces cuesta entender el silencio. A veces no hay que entenderlo, hay que aceptarlo, sin más. A veces solo necesitamos tiempo para saber qué es en realidad, si un adiós que duele y dolerá tanto como la importancia que esa relación tuvo en nosotros; o un tranquilizador hasta luego.
Y en todo este tiempo difícil y convulso, como dice mi amigo
el poeta, aprovecharé para leer y escribir, para cocinar, para retomar los proyectos
que tenía aparcados por falta de tiempo, para conversar durante horas con mis
amigos, para reencontrarme conmigo, contigo, y para agradeceros a todos los
que, desde la distancia, me habéis preguntado: Paula, ¿cómo estás?
Contemplo el silencio lejano de las montañas blancas mientras la luz se diluye con lentitud. Y la nieve flota con suavidad y se posa en ti, en mí. Y me abrazas y me miras y me besas, y veo en tus ojos la profundidad de un sendero infinito que no sé a dónde va; pero quiero recorrerlo contigo y descubrir qué significa vivir así, a tu lado, ahora y siempre, cerca y lejos, porque cuando tú no estás continúas abrazado a mí.
Y por fin
el día se duerme bajo el arrebol invernal. Y en la oscuridad azul, tu suavidad dibuja una sonrisa en mi piel
mientras tu calidez se arropa en mi alma. Y tranquila, me duermo.
Y sé que
no importa por qué, ni cuándo ni dónde estés, sé que si me llamas: vendré.
Cuando Dios cierra una puerta abre una ventana, dice el refrán. Pero a veces, somos nosotros quienes cerramos las puertas. Y lo que llega después no es una ventana, sino la vida entera que se despliega ante ti.
Hoy tengo muchísimo que agradecer al 2019, porque durante la recta final del año han sucedido tres grandes cosas: he aprendido a decir adiós a personas y a situaciones insostenibles, ha entrado gente nueva en mi vida, y vuelvo a impartir clases de música. Ojalá que el balance de este año sea tan positivo para vosotros como lo es para mí. Y lo es gracias a saber valorar y disfrutar de la cotidianidad que paso junto a mi familia y amigos; porque cuando entiendes que la felicidad va de cuidar y dejarse cuidar, de estar cuando te necesitan y de apoyarse en el otro, de escuchar sin juzgar, de dar la mano, de abrazar y dejarse abrazar, empiezas a construirla.
Gracias por acompañarme, amigos, lectores y compañeros. Os deseo Feliz Navidad y que el 2020 nos inunde de belleza y prosperidad.
Fa fred. Fora, el bosc desperta adormit i l’aurora es filtra a través de les escletxes dels finestrons. Quina mandra sortir del llit, s’hi està tan calent i és tan esponjós, penses. L’estufa es va consumir fa hores; l’encens i esperes. Esperar l’amor dol. I renunciar-hi, també.
Surts de la cabanya amb els peus entumits i només veus arbres i boira. Boira, un vel espès que ho cobreix tot. Esperes i escoltes el rierol, els ocells, el fullatge bressolat per la brisa… Escoltes el fred i contemples la seva llum. El fum surt per la xemeneia i flota sobre la cabanya. I recordes la dolçor dels pastissos de la iaia, quanta tendresa a cada mossegada! Encara no, deixa-ho reposar, deia. I rèieu. Respires i comences a caminar. Escoltes el bosc i t’escoltes a tu. Cada trepitjada és un batec. Saps que tot s’ha acabat i que has de tornar a començar. Ahir va ploure i queden alguns tolls. Xipolleges i comences a saltar de toll en toll fins que recordes aquella tarda d’hivern en què vas caure en un i vas estar tota la setmana engripada. A la iaia no li va fer gens de gràcia, però amb l’Adrià encara rieu en recordar-ho. L’Adrià és el teu amic de l’ànima i està feliç que tornis a ser tu, a riure, a cantar, a somiar.
La boira es difumina amb lentitud i contemples la immensitat. I veus el gran roure amb les seves arrels emergint del sòl: mira que profundes i gruixudes són, deia la iaia; són els seus pensaments. I les branques i fulles, els seus sentiments. I penses en quan creies en fades i follets, en quan recorries el bosc a la recerca de sargantanes per enxampar-los la cua, en quan caçaves papallones i, en arribar a casa, la iaia t’obligava a deixar-les anar, en quan corries cap al penya-segat per escoltar el cant de les sirenes. Somrius i et detens. I respires profundament. Tens fred a les galtes, penses. Al lluny, el cel i la mar s’abracen transformant els seus petons en gotes de purpurina, com brillen sota el sol! I penses en Ulisses, que va viatjar durant anys abans de poder tornar a Ítaca i, en arribar, va haver de lluitar per recuperar el seu lloc. Llavors, t’adones que Ítaca ets tu, i que el veritable malefici no és la ruptura sinó insistir en una relació que, encara que ho vau intentar, no us donarà la felicitat.
Tornes a la cabanya comptant els caragols que et creues pel camí. En arribar, l’estufa crema i et prepares el desdejuni. S’hi està bé, en solitud; i potser el problema fou estar amb algú que et necessitava per no sentir-la. La tebiesa de la xocolata et reconforta i sents la tranquil·litat d’un amor que tantes ensenyances t’ha regalat. I decideixes guardar-les en el cofre de les coses boniques. És diumenge i has de tornar a la ciutat. Però la cabanya, el bosc i els amics romandran aquí per recordar-te qui ets, i per què.
Hace frío. Afuera, el bosque despierta dormido y la aurora se
filtra a través de las contraventanas. Qué pereza salir de la cama con lo
mullida y calentita que está, piensas. La estufa se consumió hace horas; la
enciendes y esperas. Esperar al amor duele. Y renunciar a él, también.
Sales de la cabaña con los pies entumecidos y solo ves árboles y niebla. Niebla, un velo espeso que lo cubre todo y que te impide ver. Esperas y escuchas al arroyo, a los pájaros, al follaje mecido por la brisa… Escuchas al frío y contemplas su luz. El humo sale por la chimenea y flota sobre la cabaña. Y recuerdas el dulzor de los pasteles de la yaya, ¡cuánta ternura en cada mordisco! Todavía no, déjalo reposar, decía. Y reíais. Respiras y empiezas a caminar. Escuchas al bosque y te escuchas a ti. Cada pisada es un latido. Sabes que todo ha acabado y que debes volver a empezar. Ayer llovió y quedan algunos charcos. Chapoteas y empiezas a saltar de charco en charco hasta que recuerdas aquella tarde de invierno en que te caíste en uno y estuviste toda la semana con gripe. A la yaya no le hizo ninguna gracia, pero con Adrián todavía reís al recordarlo. Adrián es tu amigo del alma y está feliz de que vuelvas a ser tú, a reír, a cantar, a soñar.
La niebla se difumina con lentitud y contemplas la inmensidad. Y
ves al gran roble con sus raíces emergiendo del suelo: mira qué profundas y
gruesas son, decía la yaya; son sus pensamientos. Y las ramas y hojas, sus
sentimientos. Y te acuerdas de cuando creías en duendes y hadas, de cuando recorrías
el bosque en busca de lagartijas para pillarles la cola, de cuando cazabas
mariposas y, al llegar a casa, la yaya te obligaba a soltarlas, de cuando
corrías hacia el acantilado para escuchar el canto de las sirenas. Sonríes y te
detienes. Y respiras profundamente. Qué fríos están tus mofletes. A lo lejos,
el cielo y el mar se abrazan transformando sus besos en gotas de purpurina,
¡cómo brillan bajo el sol! Y piensas en Ulises, que viajó durante años antes de
poder regresar a Ítaca y, al llegar, tuvo que batallar para recuperar su lugar.
Entonces, te das cuenta de que Ítaca eres tú, y de que el verdadero maleficio
no es la ruptura sino insistir en una relación que, aunque lo habéis intentado,
no os dará la felicidad.
Regresas a la cabaña contando los caracoles que te cruzas en el camino. Al llegar, la estufa arde y te preparas el desayuno. Se está bien en soledad; y quizás, el problema fue estar con alguien que te necesitaba para no sentirla. La tibieza del chocolate te reconforta y sientes la tranquilidad de un amor que tantas enseñanzas te ha regalado. Y decides guardarlas ahí, en el cofre de las cosas bonitas. Es domingo y has de regresar a la ciudad. Pero la cabaña, el bosque y los amigos estarán siempre ahí para recordarte quién eres, y por qué.
Una de las primeras cosas que explico al enfrentarnos a la creación de un personaje de ficción, es que un personaje no se reduce a qué aspecto tiene, qué dirá y qué le sucederá. Es saber, además, qué desea y a qué se enfrenta para conseguirlo. Porque en ese enfrentamiento subyace su conflicto real. Es decir, si para nosotros la vida es un reto constante, para para nuestros personajes, también; porque detrás de lo visible se esconden su biografía y sus sombras. Y esos detallitos como qué hay en su nevera, cuál es su mayor secreto y a quién se lo ha contado, a qué llama su casa o con qué se ríe a carcajadas, nos dan muchísima información. Si lo pensamos bien, crear un personaje es bucear en nosotros mismos porque, al final, descubrimos aspectos de nuestra manera de ser que quizás nos sorprendan. Por eso dicen que la escritura es terapéutica y liberadora, porque podemos desdoblarnos y contemplar, desde fuera, cualquier situación que nos afecte; y entonces nos preguntamos: si yo fuese un personaje, ¿qué haría en esta situación? Porque en cada personaje hay un poco de nuestra conciencia, conocimiento, experiencias… Y cuando encontremos respuestas a sus heridas profundas, tal vez encontremos también las nuestras.
Así es que uno de los ejercicios que más me gusta es proponer a mis alumnos que escriban una pequeña escena donde se muestre a qué se enfrenta su personaje. Por ejemplo De todos los hombres del planeta le tocó salir con uno que se llama igual que su ex… Trata de encontrarle sentido a todo repitiéndose que, por continuidad, el chico nuevo debe ser una versión mejorada del anterior. No estaba siendo justa y lo sabía. Aquí vemos cómo la protagonista se enfrenta a una ruptura no resuelta lo que, sin duda, dificulta la relación con su segunda pareja. O en este otro, donde se muestra cómo huir no sirve de nada: No podía créelo… era él. De lejos, entre tantos turistas, ese rostro familiar, esa mirada que le llegaba al alma, no podía ser… ¿Había venido a buscarme? ¿Hasta allí? ¿Cómo me había encontrado? O ¿era casualidad? Aunque yo sabía que las casualidades no existen… Entonces, como autores, debemos saber de qué se huye en realidad, si de la otra persona o de la incapacidad de enfrentarse a uno mismo para poder solucionar ese tema pendiente con la otra persona.
¿Qué desea y a qué se enfrenta vuestro personaje para conseguirlo?
¿Cuál es la herida profunda de vuestro personaje?
Experimentar es bueno y también podemos ir a lugares diferentes, porque no hay límites dentro de la creación. Por ejemplo, Hace días que la veo sentada, escondida, observándome, y cree que no me doy cuenta. Parece dulce con su mirada transparente y su porte noble. Aunque mi aspecto es sucio y dejado, parece que no le doy asco. ¿Por qué no se me acerca? ¿Le daré miedo? Me gustaría gustarle, que se acercase, que se sentase a mi lado. Al leerlo pensamos: pobre chica, en quien se ha ido a fijar… Pero al final supimos que el narrador no era un hombre sino un perro abandonado en busca de un nuevo hogar. Así pues, el debate se centró en qué es y en qué se basa el concepto de fidelidad.
Otros temas que surgieron gracias a nuestros personajes fueron la baja autoestima y cómo nos afecta a nivel personal y profesional, el patriarcado, las apariencias como posible fuente de felicidad, la fidelidad familiar, el temor a la página en blanco, la rigidez de ideas… Como veis, grandes temas y reflexiones a partir de los personajes de ficción.
Fue enriquecedor y un placer impartir este curso. ¡Gracias, Biblioteca Joan Oliva i Milà de Vilanova i la Geltrú y a todos los participantes!
Cuando llega el frío y llueve, cuando la bruma cubre las montañas y caminas sobre un arrebol de hojas de otoño. Cuando llega el viento del norte y te tapas lo justo para sentir ese poquito de frío que te estimula. Y sobre el cielo hay nubes grises como pegotes que descargan su lluvia mientras el viento las empuja con rapidez. Entonces, te das cuenta de que el viento es como la vida: lo agita todo.
Si me preguntasen qué es la vida, diría que la suma de pequeños momentos: algunos nos aportan felicidad. Otros, tristeza. Otros, soledad. Y todos forman parte de los grandes momentos del hombre. Me decía un amigo poeta que él disfruta de la tristeza porque es un estado de inspiración. Yo añadiría, además, el de la soledad. Porque disfrutar del amor, de la diversión, de la buena compañía es fácil, pero disfrutar de la tristeza y de la soledad, eso hay que aprenderlo. Y hacer esas pequeñas cosas que nos aportan bienestar, ayuda. A mí me gusta caminar por el bosque bajo la lluvia, me libera. Y después, sentir como el sol vuelve a nacer detrás de las nubes. Y con suerte, el arco iris.
De regreso a casa, una bandada de pájaros alza el vuelo sobre un trozo de cielo azul. Y cuando el calor de una ducha te reconforta, y tu gata te espera para estar junto a ti en el sofá, y te preparas un té con un delicioso trozo de tarta. Y cuando decides inspirare en el paseo de hoy por el bosque para escribir tu próxima entrada del blog, que será el relato para una revista; pues esas pequeñas cosas, todas juntas, me dan la felicidad.
Lo primero que hicimos al empezar el curso fue ir contra la página en blanco. ¿Cómo? Con música y lápices de colores. Porque la hoja en blanco, eso que nos aterra cuando nos proponemos empezar a escribir, no es una falta de ideas; si lo pensamos bien, vivimos rodeados de ellas, y lo que nos falta es aprender a conectarlas para generar historias.
Y suele pasar que los adultos creemos que no tenemos imaginación, o por lo menos, no la suficiente como para empezar una historia desde cero y desarrollarla bien. Y es bonito descubrir que todos tenemos tanto por decir, y que suceden tantas cosas a nuestro alrededor, y que hay tanta diversidad en el mundo, tanto por hacer, desear, aprender… que las ideas: sobran. A partir de entonces, de la música y de los lápices de colores, las hojas estuvieron repletas de ideas por contar y, a cada ejercicio, nuevas semillas para futuras historias. Y es que, a veces, surgen de preguntas inesperadas como esta: ¿A qué sabe una ausencia? Y es que contar historias es hablarnos a nosotros mismos y, después, a los demás. Y sí, hubo momentos intensos como estos:
Parecía que la
felicidad era un barco lleno de ritmo surcando las olas del mar.
El día que el sol se
puso sin ti…
Y me dolía el pecho
de la emoción, de la felicidad… pero no lloré porque los hombres no lloran.
Escribir es descubrirse a uno mismo: descubrir que hay cosas peores que la muerte, o que el tiempo se detiene para volver a empezar, porque escribimos los finales con nuestro presente, y qué mejor manera que transformar el ahora para conseguir el mañana que desearíamos tener. Hay magia cuando un grupo de personas que se encuentran por primera vez comparten su intimidad. Que la magia perdure, pues, ya que es el motor que nos hace vibrar, soñar, emocionarnos. Y si conseguimos que una emoción se sostenga en el tiempo, podrá convertirse en sentimiento.
Y, para acabar, os dejo un pequeño regalo, un poema colectivo escrito por los participantes. Al final de la primera sesión les pedí que pensasen cómo se habían sentido y, juntando sus emociones, hilvanamos esto:
Lectura del poema colectivo
Bajando ideas, PENSATIVA, me siento ILUSIONADA por continuar aprendiendo para escribir y expresarme mejor, EXPECTANTE por la claridad de los conceptos que me empujan a iniciar nuevos proyectos. Soy como una ESPONJA, pero en lugar de agua absorbo ideas, porque hoy se ha abierto una puerta asomándome a un EMOCIONANTE UNIVERSO. Y me siento TRANQUILA porque ¡puede ser el principio de una nueva experiencia! Y también CANSADA después de un día largo e intenso, aunque FELIZ porque me lo he pasado muy bien, y porque he aprendido cosas positivas: hoy, el tiempo se ha detenido y me siento NOSTÁLGICO para volver a escribir.
Todo empezó cuando un día, paseando por el bosque, vi unos álamos atornasolados. Y eran tan altos, que pensé en la suerte que tenían de llegar hasta el cielo. Así es que llamé a una nube, me monté sobre ella y le dije: “Quiero tocar el cielo, llévame tan alto como los álamos”. La nube se puso a reír y dijo que el cielo es un espacio infinito y que no se podía tocar, que no había techo. Pero no la creí y la hice volar alto, muy alto, hasta que, finalmente, el cielo llegó a su fin. Resultó que acababa en una trampilla redonda y tiré de la aldaba.
Entonces, entré en una habitación gigante y aparecí sobre un cuaderno inmenso. No sabía qué mundo era ese, se parecía al mío aunque allí yo era muy pequeñita. Vi que la trampilla era el relleno de una letra “o” mayúscula casi tan alta como yo, de un título que decía “Rosaflor y el viaje mágico”. Y me puse a leer la historia, que hablaba de una encantadora princesa deseosa de conocer mundo. Y continué leyendo el cuaderno y, a cada página, encontraba una historia nueva: «Rosaflor y el Príncipe Enamorado»; «Rosaflor y el Caballito Español»; «Rosaflor y la Gran Tormenta». ¡Pero esas eran mis historias, las que se repetían en mi vida una y otra vez hasta el hartazgo! ¿Cómo podía ser? ¿Quién escribía por mí? ¿A qué mundo había llegado?
De repente, la puerta de
la estancia se abrió y apareció un señor. Al verme, dio un brinco y,
acercándose, preguntó, ¿quién eres tú? Rosaflor, respondí. Y como era tan
pequeñita, cogió su cuaderno y escribió: Y Rosaflor creció. Hablamos durante horas y supe ¡que era el
autor de todo lo que sucedía en mi vida! Una vida aburridísima llena de
príncipes estúpidos que solo vivían para matar al dragón. Me sentía atormentada
porque ese escritor se empeñaba en decidir por mí sobre lo que
iba a sucederme, dónde, cuándo y por qué, cómo debía sentirme y reaccionar,
incluso ¡qué debía pensar! Él lo controlaba todo pero, ¿quién lo controlaba a
él? Y más: ¿Su vida sería tan aburrida y repetitiva como la mía? En su mundo
¿también habría una trampilla? O quizás ¿él era Dios? Me empezó a doler la
cabeza…
Ah, pero ahora yo era de su tamaño… así es que, con mi linda sonrisa y guiñándole un ojo, le pregunté si podría escribir una cosita en el cuaderno y, encandilado por mis gracias femeninas, dijo que sí. Cómo reía yo al contemplar su cara de espanto mientras se volvía chi-qui-ti-to y suplicaba piedad. Entonces, lo cogí por el pescuezo y lo arrojé por la trampilla.
Ya es el tiempo de las recetas con calabaza, castañas y boniatos. De estar en la cocina con calma, de esperar a que todo se cueza con tranquilidad, de saber que estarás una hora, o dos, o tres. Y qué más da, si los días se harán cortos y las noches largas. Qué más da, si el tiempo se difumina, si el día se diluirá en noche hasta derretirse al abrazo del amanecer.
Hoy es tiempo de empezar a sentir el silencio, de prepararnos para la oscuridad, de renovarnos con la belleza de lo que está por llegar, de entender que todo lo que nace, muere. Y de sentir que de la muerte florecerá la vida.
Hoy empezaré a disfrutar con las recetas de otoño, dulces, saladas, mágicas. Y con las conservas elaboradas a finales de verano, higos al vino, mermelada de melocotón, de moras, salsas… Hoy no existe la dualidad: la noche será igual al día. Hoy soñaré. Y mañana, también. Y empezaré a disfrutar del silencio, del punto de cruz, de la lluvia, de los paseos tras la tormenta. Pero, sobre todo, del placer de leer y de escribir en la intimidad.