¿Conoces los cursos de escritura creativa que impartiré durante este otoño?
En el de Qué pasaría sí… aprenderás diferentes técnicas de desbloqueo para estimular el proceso creativo. Se trabaja sobre las bases de la escritura, individualmente y en grupo, a través de juegos y de la reflexión.
En Los cinco sentidos haremos un viaje de descubrimiento personal para aprender a conectar los sentidos con las emociones y expresarlas literariamente.
Estos cursos forman parte del Bibliolab, una campaña ofrecida por la Diputación de Barcelona para fomentar el conocimiento y la experimentación. Se impartirán virtualmente y son gratuitos.
Nota: los ejercicios podrán presentarse en catalán o español.
Me imagino que hoy, mientras el frío se despereza, le pide al atardecer que se afane por acortar los días y alargar las noches. Miro por la ventana y veo al bosque, fatigado ya; se prepara para bordar un tapiz de hojas lánguidas que se descolgarán hasta alfombrar los valles y montañas, de rojo, amarillo, violeta. Sé que pronto llegarán los días con dulce de membrillo, las tardes de lluvia y recogimiento con sus horas interminables para leer y escribir, noches que huelen a sopa, a juegos de mesa, a leche caliente antes de irse a dormir, horas de ovillarse bajo las mantas y despertarse arropada por la calidez de un abrazo infinito.
Hoy, toda la humanidad vivirá doce horas de luz y doce de oscuridad. Para unos llegará el tiempo de otoño; para otros, el de primavera. A todos, amigos, lectores, compañeros, os deseo feliz equinoccio y un otoño lleno de prosperidad.
Sola en la cabaña del bosque, a la luz de un quinqué. Miré por la ventana. Rayos como culebras rompían la oscuridad. El cielo rugía intenso sobre las ramas enloquecidas, árboles furiosos, la lluvia contra el cristal.
Dentro, una infusión que humeaba tranquila. Olía a tomillo, a verdadero, a cuando vas por el campo a recoger hierbas y flores, a pasear, a reencontrarte contigo. Saqué las cartas del cajón, amarillentas por la aspereza del tiempo, y jugué a un solitario, dos, tres. De la nada, aullidos en las tinieblas. Sombras. Lobos, pensé. Cogí el cuaderno y me fui a la cama. El viento gemía nervioso. Me arropé con el edredón y empecé a escribir. Sonó la ronquedad de un estruendo profundo que no se acababa nunca. El martilleo incesante del agua contra el techo, el suelo. Intenté escribir hasta quedarme dormida.
Al despertar, silencio. Pequeñas hebras de luz se filtraban por las contraventanas. Escuché bien y oí a la orquesta de reyezuelos, mirlos y picapinos. Salí al porche y me inundaron con su bienestar. Vi al sol arropado por la neblina, escuché el rumor del viento en las copas de las hayas, de los abetos, respiré la brisa fresca sobre mi piel. Te gustaría. Me puse las botas, la chaqueta, y salí a pasear. Petricor, así se llama al aroma de tierra mojada después de llover. Durante días, todo eran lluvias; hoy, sus pequeñas gotas se descolgaban risueñas para caer sobre mí. Sabía a felicidad. Recordé que siempre hay tiempo para volver a soñar, sin importar lo fácil o difícil que se vuelva el camino, aunque a veces necesitemos un tiempo de soledad. Regresé a la cabaña bajo un trozo de cielo azul y sonreí por fin, después de tantos días de oscuridad.
La reseña de hoy es para un curso muy especial que nació de la iniciativa de l’Ajuntament d’Igualada para ofrecer, durante el confinamiento, una serie de actividades virtuales y gratuitas para la ciudadanía. Me alegra haber sido una de las elegidas para participar como profesora, y de haber impartido un curso de escritura creativa.
Siempre digo que cuando escogemos una idea para transformarla en historia, lo importante no es solo qué sucederá, sino también cómo se enfrentarán a ella los personajes, ya que esto es lo que impulsa al lector a continuar leyendo. Por ello, debemos conocerlos bien, o muy bien. Por ejemplo, uno de los relatos que se crearon empezaba así: No me canso de este olor a cadáver… Empezó siendo la vecina de abajo. Aquí, la autora nos cuenta cómo su protagonista asesina a la vecina porque le presta un libro que huele a tabaco. Lo fácil sería demostrar que es un psicópata, lo difícil fue descubrir qué simboliza ese tufo insoportable, y encontrar qué traumas revive y por qué cada vez que lo siente. O en “Sal y Pimienta”, cuando la protagonista dice que Tenía miedo de dar un paso, y tenía miedo de quedarme quieta. Y es que, después de casi treinta años de matrimonio dedicada al marido y a los hijos, conoce a un hombre con el que desea tener una aventura. Qué fácil sería hablar de un idilio, y qué difícil descubrir qué desea en realidad, si huir momentáneamente de una vida que ya no tiene sentido, o rehacerse a sí misma para conectar con sus sueños de juventud (proyectarse profesionalmente como investigadora), y cumplirlos. Y es que, descubrir a nuestros personajes también es descubrirse a uno mismo, porque nos hace caminar por senderos que, quizás, no nos habríamos planteado nunca.
Otra cosa que trabajamos fue comprender la importancia de quién cuenta la historia. Si Marta, que inicialmente era la protagonista, sufre cuando Luis quiere volver con ella después de dos años sin verse, porque él había jugado con sus sentimientos para, al final, casarse con otra, la reflexión fue: Para ti, ¿qué sería más interesante, explicar cómo se siente ella, o qué piensa y quiere él? Escogió la voz masculina y, de nuevo, lo fácil sería quedarse en que él la quiere de amante; lo difícil fue transformar esa historia en la toma de conciencia de un hombre que descubre que su actitud está generando dolor en las mujeres, y cómo se enfrenta a sí mismo para solucionarlo.
Escribir siempre nos ayuda a reflexionar. A veces, todo empieza con el encuentro casual entre dos amigos de infancia después de casi treinta años sin verse. Ahora, él siente que su vida ya no tiene sentido; la de ella, se rompió durante el matrimonio. Entonces, descubren que su amor de adolescencia podría hacerse realidad, y lo cumplen. ¿Qué son las segundas oportunidades y cómo nos enfrentamos a ellas? Tras un tiempo, para él ya no es suficiente con tenerla de amante; ella, le dice adiós para no atarse a nada ni a nadie. Sumido en la desesperación, el protagonista reflexiona sobre su cobardía cuando decide permanecer atado a un matrimonio estéril antes que quedarse solo. Otra gran reflexión la vemos en «Peones», cuando la protagonista regresa a casa después de ocho años para reconciliarse con su madre y decirle: el error más grande fue no darme cuenta de que eras una víctima y no una cobarde, y yo te castigué todavía más marchando de tu lado. Pero, para su sorpresa, la madre falleció hace años y la joven ya no podrá disculparse, ni abrazarla, ni besarla. Además, descubre que el padre no ha cambiado porque espera de su hija obediencia a las buenas, o a las malas. La autora reflexiona sobre si hay que seguir atado a una familia que te maltrata, solo por ser familia, o podemos liberarnos y cortar los vínculos.
Y entre tanta intensidad, encontramos relatos amables que nos hacen sonreír, relatos de ambiente para contemplar el paisaje y vibrar con los pequeños placeres de la cotidianidad, como un amanecer con el despertar del bullicio entre comercios, las gentes, la ciudad. Allí donde la elección sobre si comer o no un cruasán de chocolate puede cambiarte la vida. Cuentos de hadas modernos que acaban con un: y bajo ese aspecto de hombre serio, se esconde uno sensible y detallista que sabe valorarme y que me hace inmensamente feliz. Y ¿quién no querría llegar a la felicidad?
Estas y otras historias han necesitado horas de reflexión y de búsqueda, cantidad de ejercicios y de debates, de lluvia de ideas entre los participantes para conseguir descubrir qué quiere y siente cada personaje que estamos creando y que, sin lugar a dudas, permanecerá unido a cada autor para siempre. Solo puedo dar las gracias a todos los que me habéis acompañado en este viaje fascinante de la escritura. Porque escribir es como la vida, necesita tiempo y reflexión, distancia, escucha.
Gracias, alumnos, por ser mis maestros, y gracias, Ajuntament d’Igualada, por esta magnífica iniciativa y oportunidad.
Cuánta emoción y felicidad sentí ayer en la Noche de Libros y Flores. Un Sant Jordi en diferido, como dijeron algunos, pero igualmente especial y emocionante, sobre todo por los reencuentros después de tantos meses sin vernos.
Estuve en la parada de autores locales de Igualada, la ciudad donde resido en la actualidad, y disfruté de las charlas y risas con los amigos y compañeros de Narranación, Zirkus, Corín Tellado Revisited, Rafa Moya y otros autores locales, por el ambiente, el compañerismo, la amistad.
Todo me ilusionó, pero recibir la visita de varios de mis alumnos del curso virtual de escritura que he impartido durante los últimos meses, eso fue espectacular. Gracias, Raquel, Frank y Rosa por el regalo de venir a verme, por la curiosidad de conocerme en persona y por esa maravillosa sensación de cercanía. ¡Sois increíbles! Y si a todo esto le añades algunos encuentros inesperados, la visita de tu amiga y colega Elena Tan, con quien compartimos un proyecto de cuenta cuentos y musicoterapia, y, además, sales en un dibujo a vuelapluma del gran Gerard Freixes, me quedo sin palabras por la felicidad.
Gracias a todos por esta celebración tan especial.
A veces hay que dar un paso atrás, detenerse, descansar. Llorar. Tirar treinta o cuarenta páginas de tu novela. Volver a empezar.
Escribir es saber que te perderás, es trazar un camino y descubrir hasta dónde estás dispuesto a llegar. Es bucear en ti, en mí. Y ser capaz de cambiar. Corregir para mejorar. Es escribir hoy, mañana, pasado. Escribir, siempre. Y si no puedes de día, durante la noche: una hora, dos, tres, lo que aguantes. Escribir aunque todo te pueda, te duela. Es pedir ayuda, escuchar, dejarse guiar, saber quién se mantiene a tu lado, quién te recoge cuando te caes. Mantenerse de pie cuando has trabajado durante semanas, meses, y el resultado no gusta. Y continuar porque tienes algo importante que decir.
Y un domingo cualquiera, como podría ser hoy, decides ir a la floristería: tu balcón necesita flores, porque es ahí donde escribes día sí y al otro también. Entonces, entre el aroma de los lirios y las gardenias, escuchas a alguien que dice: escribir es tan bonito, es tan romántico, es estar siempre inspirado. Y yo sonrío y, entre tiesto y maceta, le explico sobre los cuatro años que tardé en escribir mi primera novela, y en los tres y pico que llevo para la segunda. ¡Oh!, exclama mi interlocutor, ¿tanto?
La verdad, es tan pueril, ¿quién se enfadaría por un comentario así? Hasta me han dado ganas de reír.
Cómo decirte que contigo el cielo es más azul, que las noches brillan con tu mirada y que me duermo abrazada a ti, aunque tú no estés. Que te echo de menos, que desearía que estuvieses aquí, que te querría a mi lado, siempre. Que recordaré tus ojos, tu sonrisa, tu alma, tu voz, y que esperaré hasta volvernos a ver porque algo de ti quedó en mí. Que serás fuego, siempre, el fuego que arde, el que inspira, el que ilumina y reconforta cuando todo va mal, bien. Que eres infinito en mí. Ven, dices, y me tiendes la mano para que regrese a ti. Pero voy sin ir. Eres el pensamiento que ilumina mis días, vivo abrazada a ti.
Esperaré. Seré dulce, suave, lenta. Porque si tú lo quieres, yo también.
Se acerca el solsticio. Es tiempo de reflexión. De esperar. Respirar. De cerrar los ojos y comprender. De escuchar. No existe el tiempo, el espacio. No hay prisa. Cada día un principio y cada noche un final, morir para volver a empezar y tejer el camino que deseamos andar. El hoy se convertirá en ayer. Cierro los ojos y espero. Escucho.
A veces vivimos confusos entre lo que deseamos y lo que tenemos porque nos olvidamos de quiénes somos, de por qué estamos aquí, de lo que hemos venido a aprender. Me siento y espero. Escucho. Necesito silencio, soledad. Escribir. No existe el tiempo, el espacio. Solo el aquí y ahora, y un abrazo de amor en forma de luz, mi luz.
Hay un rincón donde sentarse a escribir, a pie de una pequeña escalera medio escondida entre plantas y flores. Un margen las protege del sol. Y un poco más allá, bajando por el sendero, el arroyo. Contemplo las nubes sobre el fondo azul y oigo el agua que baja tranquila por la antigua acequia de piedra. Al fondo, un campo de amapolas. Me siento y escucho. Y recuerdo a un amigo cuando decía que no es lo mismo el amor que el enamoramiento, porque éste se basa en lo efímero, si nace de la pasión y del impulso, así como llega, se va. Pero qué diferente es cuando llega desde la admiración intelectual e incondicional, y trasciende; cuando sabes que has encontrado a alguien con quien desearías estar, ser, compartir, con lo bueno y con lo malo. Alguien a quien decir: sin ti, mi vida está bien. Pero contigo, sería mejor. Entonces, has llegado al amor.
Me decía, además, que la vida da muchas vueltas, que nunca sabemos qué sucederá, que un quizás puede ser un sí o un no. Y tiene razón, a veces necesitamos tiempo y espacio para saber qué queremos, para valorar si estamos dispuestos a aceptar los cambios profundos que algo o alguien supondría en nuestra vida. Y cuando uno es el espejo del otro, los dos lados cuestan. Porque respetar ese tiempo y ese espacio desde la lentitud, el silencio y la aceptación a la incertidumbre, cuesta. Entonces, tomas conciencia de que estás frente a un gran maestro, porque un maestro no es solamente la persona que te enseña con delicadeza, también lo es quien te arranca de tu zona de confort para sacudirlo todo, porque en uno y otro lado hay aprendizajes profundos que necesitan tiempo y espacio.
Y hoy hablo por mí y de lo que yo soy, de lo que siento, de lo que quiero. Porque el tiempo nos da las respuestas y hay que aceptar, desde el respeto, lo que llegue a ser. Y si tiene que ser, será.
A veces pasa que cuanto mayor te haces, menos gracia tiene cumplir años. No es mi caso, porque para mí la edad es un valor: de año en año somos un poco más sabios. Es decir, que acercándome a los cincuenta y tan feliz, aunque a veces eche en falta la energía de la juventud y piense que pronto estaré pa’ el chatarrero; ¿y qué?, estaré igualmente feliz. Incluso cuando me dicen, oye, que ya te salen canas, respondo: ¿A que me quedan bien?
Además, los he cumplido durante el confinamiento y ha sido igualmente genial. Porque no importa la distancia, importa el amor, la amistad, la entrega, que se acuerden de ti. Y también es divertido posponer las quedadas y celebrar, no uno, sino ¡dos o tres cumpleaños juntos! Porque ya puede llover, tronar y hasta relampaguear, que si estás a gusto con tu vida, con la familia y amigos, siempre es todo mejor. Ah, y no me olvido de contaros la historia de este precioso ramo, que me llegó cuando iba todavía en pijama, con un mensaje que decía (y resumo): «aunque para mí, tu amistad es el mejor regalo: Sretan rodjedan!», que significa ‘feliz cumpleaños’. Y lo puse en este jarrón tan bonito que veis, que era de mi abuela y que para mí simboliza la belleza del amor y la sabiduría que se transmite de madre a hija de generación en generación.
Ya veis que ayer fue un gran día, porque cumplí años, y que hoy también, porque soy un año más sabia y feliz.
Muchas gracias a todos por vuestras felicitaciones, amigos, compañeros, lectores, gracias por acordaros de mí y por hacerme un pequeño hueco en vuestro corazón.